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A Eugenia Azurmendi le contaron que durante mucho tiempo se asustaba cuando escuchaba un timbre. Ella no lo recuerda. Como tampoco recuerda nada del día que los milicos se llevaron a sus padres, Ana María Bonatto y Emilio Azurmendi, de aquel departamento el 6 de diciembre de 1977. Ni siquiera recuerda las caras, las voces de sus papás. En 1977 ella tenía sólo 2 años y medio.

El viernes 13 de abril por la noche el frente de la casa de Eugenia apareció pintado con un apellido siniestro: Videla. Esa misma semana alguien rompió la baldosa de Raymundo Gleyzer, en Paternal, y otrxs (tal vez los mismos) borraron los pañuelos que estaban pintados frente a una escuela.

“Ahí están, como estuvieron siempre y ahora habilitados por la derecha en el poder”, posteó Eugenia en su Facebook. “Pero nosotros llevamos las banderas de tantos años de lucha que nos hacen cada vez más fuertes. Y vamos a seguir siempre”, dijo.

La solidaridad de amigxs, compañerxs y vecinxs que no se reconcilian ni perdonan se hizo presente el domingo a la tarde en la casa de Eugenia y lo que pretendía ser un “blanqueamiento de pared” para borrar el apellido del genocida termino siendo una obra de arte colectiva. Hubo carteles, pintadas y pañuelos. Hubo abrazos. Hubo gritos de “Presente” por los 30 mil desaparecidos. Hubo mucho de lo que necesitaba Eugenia. Hubo un poco de justicia.

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Foto: Mónica Hasenberg

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Foto: Mónica Hasenberg

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Foto: Mónica Hasenberg