LeprattiCosecha Roja.-

La Justicia confirmó la condena a cuatro de los policías santafesinos que encubrieron el asesinato del Ángel de la Bicicleta. A Claudio “Pocho” Lepratti lo mató el subjefe de la Comisaría 20 el 19 de diciembre de 2001, en medio del estallido social del país. Le dio un balazo en la tráquea y los otros agentes se ocuparon de encubrirlo: fraguaron las actas y dijeron que hubo un enfrentamiento. Pero el militante social estaba en el techo de una escuela y lo único que alcanzó a gritar fue: “no tiren, acá solo hay pibes comiendo”. Rosario se llenó de pintadas que decían “Pocho vive” y cada 27 de febrero -el día de su cumpleaños- se hace un carnaval en su memoria. Hoy, en plena catorceava edición, la familia se enteró de la decisión judicial.

La hermana de Pocho, Celeste, contó a Cosecha Roja que el fallo la tomó por sorpresa, que pensaba que había pocas posibilidades de que sucediera y que seguirán pidiendo justicia: “Esos cuatro policías no son los únicos que encubrieron. También debe dar explicaciones el entonces titular de la División Judiciales -José Manuel Maldonado-”, dijo.

Los cuatro policías condenados -Roberto De la Torre, Rubén Darío Pérez, Marcelo Fabián Arrúa y Carlos Alberto De Souza- fueron quienes insertaron datos falsos en el libro de guardia de la seccional, fraguaron la declaración de una testigo en la sede policial, adulteraron el acta de la inspección ocular de la escena del crimen y el móvil policial que entregaron como prueba ante la justicia. “Lo presentaron con balazos, pero una de las pericias demostró que la trayectoria de los disparos hubiese sido muy diferente si alguien hubiese disparado desde el techo”, dijo Celeste.

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Claudio era un militante social de 35 años. Nació en Concepción del Uruguay, tenía 5 hermanos y era hijo de campesinos. Fue seminarista en el Instituto Salesiano “Ceferino Namuncurá” e hizo laburo de hormiga: iba casa por casa a buscar a los pibes del barrio. El 19 de diciembre estaba cocinando en la escuela Escuela 756 de Las Flores, uno de los barrios más humildes de Rosario. Pasadas las seis de la tarde tres compañeros subieron al techo a buscarlo. Había ido a ver qué pasaba: el país estallaba y Rosario también. Esa tarde el entonces Presidente Fernando de La Rúa declaró el estado de sitio. Las calles estaban cortadas, se escuchaban disparos y el olor a gases lacrimógenos lo invadía todo. Cuando Pocho subió al techo de zinc vio llegar un patrullero Corsa blanco a contramano. Ahí empezaron los gritos:

– ¡Dejen de tirar manga de hijos de puta! ¡Acá hay chicos comiendo!

Los tres oficiales se detuvieron. Esteban Velázquez bajó y disparó con una Itaka. Una testigo contó que desde la escuela llamaron a una ambulancia pero que como no llegaba, lo subieron a un auto y sacaron el guardapolvos por la ventana en señal de urgencia. Fueron a la comisaría a pedir que les abrieran paso pero lo encontraron al propio Velázquez. Una de las jóvenes que lo acompañaba le gritó y el hombre le respondió: “Y, nena, ¿para qué me puteó?”. También dijo que él no le había disparado y que Pocho se había lastimado con un vidrio. Esa fue la primera de las versiones policiales que, tiempo después, se demostró que era falsa.

Pocho no fue el único muerto de la provincia: otras seis personas fueron asesinadas por la policía de Santa Fe durante las revuelta de diciembre. A Velázquez -subjefe de la Comisaría 20-, el juez Ernesto Genesio lo condenó a 14 años de prisión en 2009. Durante la investigación del juicio se supo que había existido encubrimiento y se abrió otra causa en la que un tribunal condenó a los policías imputados. Los oficiales apelaron y en abril de 2011 fueron absueltos. La Fiscalía de Cámara denunció la inconstitucionalidad y la Corte Suprema provincial revocó la absolución. La causa pasó a la Sala Tercera de la Cámara de Apelación en lo Penal que, hace dos semanas, confirmó la condena y dijo que desde el techo no hubo disparos.

“Las circunstancias que vivía el país, en modo alguno pueden servir de justificativo para los hechos donde a personas a las que el Estado les ha confiado la seguridad de los ciudadanos, haya atacado e inclusive, probablemente con cartucho a ciudadanos que nada hacían, sin más razón que eventualmente un insulto que acompañaba el pedido que no dispararan”, escribieron los jueces en el fallo.

Las cientos de pintadas en las calles de Rosario y la canción  de León Gieco lo inmortalizaron.

“Sacamos cuerpo, pusimos alas
y ahora vemos una bicicleta alada que viaja
por las esquinas del barrio, por calles
por las paredes de baños y cárceles
¡Bajen las armas
que aquí solo hay pibes comiendo!

Cambiamos fe por lágrimas
con qué libro se educó esta bestia
con saña y sin alma
Dejamos ir a un ángel
y nos queda esta mierda
que nos mata sin importarle
de dónde venimos, qué hacemos, qué pensamos
si somos obreros, curas o médicos
¡Bajen las armas
que aquí solo hay pibes comiendo!”