Se hablaba de un violador serial en el conurbano. Andaba en un Fiat Duna blanco y meroeaba las zonas de boliches y pubs para encontrar víctimas. Al menos tres de ellas habían sido atacadas en Los Polvorines, siempre con la misma estrategia. “Cuando vio llegar un Duna blanco, le preguntó al chofer si era el remís que había pedido, éste le contestó que sí y subió al auto. En el trayecto se desvió a una calle de tierra, la amenazó con un arma y la violó”, decían los partes policiales.
El jefe de la departamental de Moreno, Oscar Lutte, le encargó la investigación -o eso dijo después – a Emilio Nelson Gómez, jefe de calle de una comisaría de Malvinas Argentinas.
Lo que hicieron ambos fue arruinarle la vida a un inocente. Su nombre es Carlos D. y al momento de ser detenido tenía 44 años. Para ser sospechoso reunía apenas dos elementos: un Fiat Duna blanco, y el trabajo de remisero.
En uno de los videos, el auto de Carlos D aparecía en el mismo Bingo donde el violador abordó a una de las víctimas.
Esa fue la única prueba en su contra.
Antes de ser detenido en marzo de 2013, dos policías de civil lo visitaron en su casa. Le dijeron que tenían que hacer fotos del auto por un accidente con un Duna parecido al suyo. Carlos D. accedió de tan buena gana que hasta salió en una de las fotos.
Un día después lo detuvieron por violación.
Lo encontraron en la casa: como el día anterior, les abrió la puerta él mismo.
Para justificar que era un violador serial en horas de trabajo, la policía armó una historia que les sonaba verosimil. “Aprovechaba los viajes que le asignaban en su agencia para merodear la zona de boliches y elegir a sus víctimas. Cuando volvía sin cumplir un viaje, decía que no había encontrado a su pasajero o directamente pagaba la comisión de su propio bolsillo para que no se dieran cuenta”, dijo en ese momento a Telam un jefe policial.
La versión fue reproducida de forma acrítica por los medios de comunicación.
Mientras los medios reproducían detalles de la investigación, el remisero Carlos D. entraba a una celda común en la comisaría de Tortuguitas. Parecía tener un cartel en la frente: acusado de violación, primera vez en encerrado.
-¿Así que vos andás violando? -le preguntó uno de los presos.
Esa primera noche le golpearon, le hicieron limpiar el inodoro, uno de los presos lo obligó a practicarle sexo oral y zafó de que lo violaran entre varios porque empezó a gritar.
“Cada noche fue un calvario”, contó Carlos D. en el juicio contra los policías. “Me tiraban agua fría mientras dormía, me maltrataban, me humillaban. Cuando tenía que ir a a declarar, en el viaje me golpeaban, me escupían, me puteaban”.
Cuarenta día después lo dejaron libre. Los estudios de ADN habían dado negativos.
Las víctimas del violador -al que los policías nunca pudieron encontrar- contaron que Gómez les mostró una foto del remisero y que les dijo que lo señalaran en la rueda de reconocimiento, además de hacerles aprender la patente del auto para inculparlo.
Los dos policías que armaron la causa fueron condenados a cuatro años de inhabilitación y dos años de prisión en suspenso por falso testimonio. Ninguno de los dos pasará un solo día en prisión. Oscar Lutte fue el jefe de la Departamental Moreno hasta el momento de ser condenado.
El remisero Carlos D. tuvo tres intentos de suicidio. Todavía no puede dormir por las noches.
Y siente pánico cada vez que se cruza con un policía.
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