Dos madres luchan por su derecho

Constanza Monsalves y Mayra Opazo denunciaron al estado chileno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por no reconocerlas a ambas como madres de Martina. “Desde luego que esto no ocurre en el caso de las familias formadas por parejas heterosexuales”, dicen.

Dos madres luchan por su derecho

04/02/2019

Por Natalia Figueroa en El desconcierto

Constanza Monsalves y Mayra Opazo denunciaron al estado chileno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por no reconocerlas a ambas como madres de Martina, el 24 de enero pasado. En el documento afirman que el Estado no garantiza su derecho a la autodeterminación de ser madres y que no resguarda el derecho a la identidad y protección de su hija. “Las parejas que crían después de haberse sometido a una técnica de reproducción asistida tienen, independientemente de su orientación sexual, el mismo interés (…) en que se reconozcan sus derechos maternales o paternales”, señala la denuncia.

“Se nos desconoció y excluyó de la vida nacional”. No hay palabras que describan mejor el sentimiento que inunda a Constanza Monsalves (26) y Mayra Opazo (27) cuando hablan del rechazo de la justicia a su solicitud de ser ambas reconocidas como madres de Martina, su hija de un año y nueve meses. Y a eso, suman otra frase: “Desde luego que esto no ocurre en el caso de las familias formadas por parejas heterosexuales”.

–Basta con que un hombre diga él es mi hijo o hija y lo pueda reconocer en el Registro Civil y aparece como su papá en el certificado de nacimiento. No se les pide un examen de ADN para probar su filiación–advierte Mayra, sentada en un sillón en la casa de sus papás, en Limache.

Después de dos intentos fallidos, en agosto de 2016, Constanza se sometió a una inseminación artificial y gestó a Martina, mientras que Mayra estuvo presente en cada una de las etapas de su embarazo. En algún momento, su ginecólogo, el doctor Patricio Mazzoli, de la Clínica de la Mujer, en Viña del Mar, les dijo que por un desfase en la fecha de ovulación podrían haber sido madres de trillizas o cuatrillizas. Se lo imaginan y se ríen. “¡No, si la Marti vale por tres!”, bromean juntas.

Cuentan que ellas bien podrían haberse quedado con la respuesta negativa que les dio el Registro, hacer sus vidas, evitarse trámites, rabias, desilusiones y si en algún momento tenían conflictos por la tuición de Martina, arreglárselas solas. Como otras parejas lesbianas que conocen por un grupo de whatsapp que atraviesan por lo mismo, pero que se niegan a iniciar acciones legales. Por miedo, aseguran, y desánimo ante la respuesta que en más de una oportunidad ha dado la justicia.

Pero no. Ellas decidieron exigir reconocimiento por derechos que consideran legítimos y presentaron en la Corte de Apelaciones de Valparaíso un recurso de protección en favor de Martina para que ambas se identificaran como sus madres, en mayo de 2018. El Tribunal falló en su contra y, al tiempo, fue confirmado por la Corte Suprema.

–A pesar de que los tribunales aceptaron que existía un retraso en la legislación sobre las familias homoparentales, su argumento fue que no había una ley que lo prohibiera ni tampoco una que lo permitiera. Es decir, no podemos hacer nada por ustedes–, aclara Constanza, quien trabaja en un programa de rehabilitación infanto-juvenil en Viña del Mar.

Pero si los tribunales no daban respuesta aquí, habría que llevar el caso al plano internacional. Y es por eso que el 24 de enero pasado presentaron una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) argumentando que el estado chileno incurrió en un acto discriminatorio. El documento fue ingresado por los abogados Domingo Lovera y Francisco Cox.

“Las parejas que crían hijos juntos después de haberse sometido a una técnica de reproducción asistida tienen, independientemente de su orientación sexual, exactamente el mismo interés, nacidos del amor mutuo y del amor y responsabilidad por sus hijos, en que se reconozcan sus derechos maternales o paternales. La orientación sexual de la pareja es, para estos efectos, un factor completamente irrelevante para determinar los derechos y vínculos filiativos de un hijo o hija”, reza el documento.

Ahora con Martina que juega en la casa de campo de sus abuelos y que pasa las mañanas con Mayra desde que decidió dejar el Uber, ambas dicen esperar que en el futuro sea ella la que goce de una justicia igualitaria.

–Yo creo que la Marti nos va a decir en algún momento “chiquillas, pero cómo eso no iba a ser posible”. Ella es súper apañadora, está con nosotras en las conferencias de prensa, en las marchas y eso nos motiva a seguir (…) En algún momento se nos pasó por la cabeza encerrarnos y que todo esto pasara, pero ahora sabemos que lamentablemente es necesario salir de las sombras para que se haga justicia–, comenta Constanza.

Un viaje, una decisión

Mayra y Constanza se conocieron cuando cursaban la enseñanza media en un colegio de San Felipe. Seis años después, en 2013, se reencontraron y comenzaron una relación que primero fue a distancia, con viajes frecuentes entre Santiago y Valparaíso.

A los meses decidieron vivir juntas, pero el departamento que arrendaba Mayra en esa última ciudad se les fue haciendo cada vez más pequeño entre los chiguaguas, Ramona, la gata, y Marley, el perro labrador, los primeros integrantes de la familia que fueron construyendo. La opción, entonces, sería arrendar una casa juntas que tuviera un patio grande, y la consiguieron en Villa Alemana donde viven hasta ahora.

Antes del viaje que hicieron a Perú, en abril de 2016, las conversaciones sobre la maternidad salían, en medio de una película, carretes, pero nunca nada muy serio, y todas las veces terminaban en un no convencido de ambas. Pero en el viaje a Machupicchu esas conversaciones fueron tomando otro tono.

–Fuimos a las partes sagradas y entramos al templo de la fertilidad y no sé en qué volá nos fuimos, yo cacho que la altura nos afectó. Nos sentamos por ahí y pensamos, oye y si en serio tuviéramos… y si …. Y ese día en el hotel la May se puso a googlear y apareció un reportaje de la Revista Paula, de unos cinco años atrás, donde aparecía una pareja de lesbianas que había hecho un proceso de inseminación artificial y aparecía el nombre del médico y todo–, relata Constanza.

No hablaron nada más sobre el tema y siguieron en sus vacaciones. Ya de vuelta, en el aeropuerto de Arica, lo retomaron y, esta vez, Mayra llamó pidió una hora en la misma clínica del reportaje. La consulta quedaba en Santiago. Sin embargo, después adentrarse en lo que sería el proceso y por sugerencia del doctor, decidieron iniciar el tratamiento en la Clínica de la Mujer, en Viña. El costo total que calculaban era de entre cuatro a cinco millones de pesos.

–Le dije a la May que iba a pedir un crédito, primera vez que lo hacía, y que si nos daban la plata teníamos que hacerlo. En menos de una semana teníamos las lucas, sabíamos que sin el crédito era imposible hacerlo porque los valores no son para nada accesibles, al menos para nosotras–, asegura Constanza.

Recuerdan que cuando Constanza envió la foto de la ecografía al grupo de whatsapp familiar, su tía fue la primera que le devolvió el llamado. Pensaba que se trataba de un tumor. Le explicó que no, que era el resultado de la inseminación artificial que había iniciado junto a Mayra hace algunos meses. Nadie sabía nada del embarazo que planificaban.

–Es que no era opción que Constanza, lesbiana, fuese mamá. No se lo imaginaban– cuenta Mayra.

–Estaban felices, pero igual un poco desconcertados porque nadie en mi familia me imaginaba como mamá. Yo vengo de una paternidad muy violenta y siento que también estaba instalado ese tema, si es que iba a poder romper con ese círculo. Yo siempre supe que no iba a ser así, que conmigo se acababa ese ciclo. Pero entiendo el porqué de su duda–, comenta Constanza.

Martina nació una semana antes de la fecha que estaba planificada, el 17 de abril de 2017. El parto se adelantó porque a Constanza le diagnosticaron colestasis -inflamación del hígado- y sentía muchas molestias. Martina era la hija a la que Mayra le leía Harry Potter mientras Constanza pasaba los últimos meses de su embarazo en reposo casi absoluto en su casa de Villa Alemana.

–Vomitaba todo, excepto las naranjas– dice.

–Igual, yo cumplí con todos tus antojos– le responde Mayra.

–Es verdad, los reales y los no tan reales– bromea Constanza.

Sin sesgos de género

Al tercer mes de gestación, Mayra y Constanza firmaron el Acuerdo de Unión Civil (AUC). Hicieron una ceremonia con sus familiares y amigos para celebrar. Pero más allá de creer en formalidades para reafirmar su lazo familiar, aclaran que esto les daría algunas garantías. Pocas, pero de las daría. Por ejemplo, en caso de que Constanza falleciera, Mayra podría disputar la tutela de Martina sin la necesidad de demandar a la familia de su pareja, aún sin ser reconocida como su madre. Sabiendo eso, lo hicieron.

Lo mismo ocurre con la ley adopción que se está discutiendo en el Congreso y que fue despachada de la Comisión de Familia, el 24 de enero pasado. Como esta iniciativa considera la adopción homoparental, posiblemente sería la vía más cercana para que Mayra inscriba un vínculo legal directo con Martina.

La mayoría de sus discusiones más profundas se debían a la poca seguridad legal que les da el país en un proceso tan importante para sus vidas. Pero también Mayra guardaba algunos temores que no le ocultaba a Constanza.

–Siendo sincera yo no sabía si iba a poder crear un vínculo afectivo. Me imaginaba que por haber tenido un hijo o una hija en la guata el vínculo era automático una vez que naciera –, admite.

–Sí, además, estaba el tema de que la familia de la Mayra es toda familia sanguínea, en cambio, la mía, es ensamblada, está mi mamá, mi padrastro, los hijos en común entre ellos, los hijos de mi padrastro, etc. Entonces, desde ahí, mi visión era que no se necesitaba el lazo sanguíneo para que se considerara hijo– cuenta Constanza.

Los cuestionamientos a su maternidad se repitieron una vez que nació Martina y decidieron iniciar acciones legales con el apoyo del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh). Ahí fue cuando el caso salió a la luz pública.

–Me apenaba mucho que gente que no tenía idea de nuestras dinámicas viniera a hablar sobre mi maternidad. Si soy yo la que le cambio los pañales y la que la cuido al igual que Constanza. Lamentablemente, me quedé harto rato ahí, pensando en los comentarios que le harían después a la Martina, ´ah, pero ella es la pareja de tu mamá, no tu mamá´. Pero decidí dejar de ver eso o saber filtrar que era lo que veía en redes sociales, sobre todo, porque nos llegaron hasta amenazas–, cuenta Mayra.

Cuando hablan de estos dos últimos años, del crecimiento acelerado que han tenido según percibe Constanza y de los efectos que incluso no dimensionaron apunta Mayra, también repasan frases e ideas que ya no comparten con sus pasados.

–Nosotras queríamos tener un hijo, pero queríamos un niño porque encontrábamos bonita la ropa, porque quería que me acompañara al estadio y porque queríamos que jugara a la pelota. Ahora me escucho y no me puedo sentir más en desacuerdo con eso que decía (…) Nosotras siempre hemos dicho que la Martina llegó a darnos un golpe a nuestro machismo y comenzamos un proceso de deconstrucción súper importante. Ella obvio que va al estadio y hace todo eso, por qué no. También cabía la posibilidad de que fuese niño y no le gustara hacer nada de eso, pero no estaba en mi imaginario– comenta Constanza.

Y Mayra, coincide:

–Ha sido un crecimiento para las dos, pero también para la familia porque, por ejemplo, cuando dicen en un tono molestoso, “aaah que es niñita”, les decimos ¡qué es esa tontera! Bueno, antes de eso nosotras también lo decíamos–, levanta los hombros y mira a Constanza.

De ahí que la manera en que le enseñan a comprender el mundo a Martina sea sin sesgos de género. Igual que la educación que a futuro esperan que tenga.