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Por Mariela Barraza*

Agustina asaltó las redes sociales con un posteo que la liberaba de 18 años de mutismo. Con el título “Soy Agustina Gamboa y ya no me callo más” denunció que el sacerdote y referente jerárquico de la Iglesia Católica de Salta, Carlos Gamboa, era su padre .

Indignada porque el cura se había pronunciado públicamente en un programa de la televisión salteña con los eslogans antiderechos de ” Sí a la Vida” y “Toda vida vale”, la joven expuso vía web la contradicción del párroco: sistemáticamente la había descuidado y desatendido a ella, nacida en mayo de 2000. También ponía su propia vida en manos del escarnio público cuando la primera acción de festejo por su reciente mayoría de edad era pegar el alarido para que su padre finalmente la escuche.

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Agustina nació de la relación entre su madre Virginia, una ex periodista salteña que actualmente reside en Buenos Aires, y el párroco por ese entonces ya consagrado. Fue anotada con el apellido materno, Arias. La historia de su madre no difiere del de millones de mujeres solas obligadas por la circunstancias a mantener a sus hijos sin recursos ni posibilidades de entablar acciones judiciales en procura de cuota alimentaria. Con el agravante de que el cura, quien ya empezaba una ascendente carrera en la curia local, se negaba a ver su hija.

Una vez, el apóstol de la Iglesia Católica escapó por la tapia de su casa cuando la mujer con la niña en brazos intentaba hablarle. Otra, abandonó el púlpito en plena homilía cuando la madre de su hija apareció en el templo.

La familia de Gamboa, un hermano mellizo referente sindical docente, la madre y sus hermanas, también las rechazaron.

Vencida y harta, Virginia se fue con sus dos hijos y un bebé a radicarse a Buenos Aires, el lugar por antonomasia que los provincianos creemos borra toda marca de nacimiento que nos pueda llegar a identificar.

Dos años después los papelones y vergüenzas que había pasado dieron fruto: un juez decidió que se adose al margen de su acta de nacimiento el apellido paterno.

Agustina cuenta que a sus 6 ó 7 años Gamboa accedía a verla a escondidas en estaciones de servicios y plazas públicas previo asegurarse de que nadie podría reconocerlos. Por esos tiempos, ella creía que la quería (sic). Después se dio cuenta de que eran su madre y su padre del corazón quienes forzaban al cura a atender el reclamo afectivo. Le ofrecían encuentros en otras provincias y hasta pasajes para Capital Federal cuando las ausencias se hacían muy prolongadas.

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Después de casi dos décadas de cumpleaños, navidades, días del padre y actos escolares aguardando por el amable hombre con polleras largas que nunca aparecía, Agostina, mileniall por nacimiento, recurrió a las redes sociales para presentarse a cuanta persona apellidada Gamboa le salía en el menú de facebook de “quizás conozcás”. Así entabló relación con primos y tíos lejanos que la cobijaron en sus afectos. Pero la ira del padre negador y su mellizo no se hicieron esperar: salieron de la guarida a psicopatearla telefónicamente para que cese en su búsqueda de identidad. A la violencia de hacerle llegar la cuota alimentaria a cuenta gotas y de favor, se sumó la violencia verbal impropia y pecado capital para los católicos legítimos. En términos comunes, Gamboa había privilegiado su carrera dentro la Iglesia donde se maneja el círculo más rancio del Arzobispado; en la cosmovisión de Agostina, su padre no la quería.

“En esta lucha por lograr un reconocimiento, un espacio, un poco de afecto y de completar mi historia terminé enfrentándome con la Iglesia Católica salteña, que como sabemos, tiene mucho poder a través de un abogado que defendía sus intereses yendo totalmente en contra de mis derechos”, afirma Agostina en su carta.

Luego de los 5 mil compartidos de la carta abierta y el estado público que tomaba en medios de comunicación locales y nacionales la situación del padre Gamboa y su hija , el obispo Mario Cargniello, muy mal asesorado en prensa, emitió un comunicado propio de dos siglos atrás donde referencia a la Srta. Agustina María Gamboa Arias como parte de los hechos que son de público conocimiento y se aboca a recoger los cascotes de miseria que quedaron luego de la implosión de la Iglesia Católica.

“Pido humildemente perdón a Dios – reza el parte de prensa oficial- nuestro Señor y a todos los hermanos por el dolor causado por la noticia, el escándalo que la misma suscita y el daño que los hechos han provocado. Es mi deseo y propósito restaurar las heridas causadas a la Srta. Agustina Gamboa Arias. Entregaré al promotor de Justicia de la Arquidiócesis todos los datos que dispongo para que sean analizados a la luz del ordenamiento canónico vigente y actuar consecuentemente”.

Lo que olvida al Señor Obispo Superior de Salta es que ni su ordenamiento canónico ni la justicia divina son superiores a la justicia berreta y humana de los tribunales ordinarios que determinaron por proceso de ADN el reconocimiento forzado de la paternidad de Gamboa. Su voz institucional revictimiza a Agustina cuando le pide perdón , no a ella, sino a Dios por el dolor causado a los hermanos (?).

Por estas horas el diario local El Tribuno titula que “el cura Gamboa podría ser expulsado de la Iglesia” ya que entre las sanciones que se le pueden imponer por el abandono de su hija está la suspensión temporal o permanente por violar el celibato.

Su madre y hermana mayor batallan en los medios de comunicación contra el morbo por los detalles y el veneno de los haters católicos en las redes. Acá no existen los “trolls” que desfiguran y desvían temas políticos: se trata de seres humanos endiablados por el atrevimiento de una chinita de patearle las canillas a la doble moralidad del padrecito tan amoroso de la Parroquia de Barrio Santa Ana y que custodia al Señor del Milagro en la procesión de Septiembre.

A Carlos Gamboa se lo vio por última vez en las fiestas patronales de San Joaquín y Santa Ana en su vicaria de base, donde ante la presencia de los medios de comunicación hizo lo que mejor sabe hacer, esconderse y no dar la cara. Por lo menos eligió darle a sus fieles el mismo tratamiento que a la existencia de Agustina.

El Vicario General de la Iglesia de Salta, Dante Bernaky admitió públicamente que “la existencia de una hija o algo así” era un secreto a voces con lo que configura el encubrimiento de la sagrada institución.

Agustina Gamboa Arias espera por una ley en la que cree. “Cuando se pronuncia a favor de las 2 vidas ( por Gamboa ) y dice no lo dañemos más con otro abuso y yo que estoy viva…??”, se había preguntado en su posteo.

Ahora se debe estar mezclando, anónima y tranquila, en la marea de mujeres verdes . Ya es libre.

*Periodista de Cuarto Poder de Salta