El día en que su hijo murió baleado en un operativo policial en el complejo de la Maré, Dilma Galdino, de 39 años, armó una barricada en la Avenida Brasil y la encendió. En los meses siguientes, participó en protestas contra la violencia policial y dio entrevistas frente al IML, donde pasó más de cinco horas esperando el cuerpo de su hijo Davison Lucas, de 14 años. Ella atravesó un luto privado, que ya pasó, y uno público que aún no acaba. Cuando una muerte violenta irrumpe en una familia cambia todo: la vida cotidiana, las personalidades, las relaciones, la situación financiera y el lugar donde vive esa familia afectada.

Muchas cosas son diferentes hoy en la casa de la familia Galdino. Antes, Dilma llegaba del trabajo y encontraba la sala ordenada, los platos lavados por su hija Larissa, de 13. Ahora, la vajilla sucia en el fregadero. Larissa pasa la mayor parte del tiempo tiempo en la habitación.

Dilma se mudó y dejó el empleo. Ahora la familia vive del salario de su marido. “Nada traerá a mi hijo de vuelta, pero mi misión es encontrar un culpable”, dice Dilma. El caso ocurrió hace un año. Según la policía, sigue en investigación.

La búsqueda de un culpable también es la saga de Tatiana López, de 36 años, tía de Vanessa Vitória, asesinada de un tiro en la cabeza en su casa de la favela de Complejo Lins, en la zona Norte de Río de Janeiro. La tarde del 5 de julio, en la puerta del IML, Tatiana hizo un desahogo. El video de la escena se viralizó: ella parecía hablar por toda la ciudad.

“La gente no aguanta más. Hoy fue mi sobrina. Ayer fue María Eduarda [de la Concepción, 13 años, muerta enfrente a la escuela en Acari]. ¿Mañana quién va a ser? La gente está cansada. Quiero ver con mis ojos que la gente puede contar con el poder público en Río de Janeiro”.

Hasta noviembre, 6.173 personas fueron asesinadas de forma violenta por el Estado, alrededor de 18 por día. Vanessa fue asesinada durante un operativo policial. Según los familiares, los agentes invadieron la casa en busca de narcotraficantes. Las balas alcanzaron a la niña. La investigación no determinó de donde partió el tiro.

La madre de Vanessa se mudó por miedo de ser asesinada y cayó en la depresión. “Las personas no tocan el tema, lo tienen bloqueado, creen que me voy a ofender, y no lo quiero dejar pasar. Cuanto más vivo esté en mí, más voy a querer pelear para que se haga algo”, afirma la tía.

Huir de casa

Sofia Lara Braga, de 2 años, jugaba en el patio de una cafetería en Irajá, en la zona norte, cuando un patrullero pasó persiguiendo un grupo de criminales. Hubo tiros. Una bala le dio en la cabeza a la niña, que murió a la hora. Su familia decidió mudarse. Su padre, Felipe Amaral, de 35 años, es policial militar. Él cree que hay posibilidades de que su hija haya sido asesinada por un compañero de uniforme:

Todavía no tiene respuesta porque la investigación sigue en curso hasta hoy. “Prefiero cree que no fue un colega, pero eso me ronda, pero quiero volver a la fuerza para ayudar a combatir la violencia”, dice el uniformado, que está en licencia médica, bajo atención psicológica.

También en la zona norte, al borde de la Avenida Brasil, Thamires Oliveira, de 28 años, se exprime en una quitera con los tres hijos. Mientra tanto, al lado está el apartamento donde vivía la familia, con dormitorio, sala, cocina, baño y losa. Vacío, pero no para los niños. “Ellos no pasan de la escalera, dicen que está lleno de recuerdo de su padre. No quieren recordar y yo no forzo”, dice ella.

Según la familia, Raphael Santos, de 30 años, salió para tomar una fotocopia y no volvió más. Apareció muerto con un tiro en el cuello, su cuerpo flotando en el río Acari, en enero pasado. Las circunstancias hasta hoy no fueron esclarecidas por la Policía Civil. Aquel día hubo tiroteo entre policías y criminales en la favela que se encuentra frente a su casa.

“De la misma manera que salió de casa lo encontré en el río y yo mismo lo saqué de allí, con documento y dinero en el bolsillo. La gente siente la pena de la familia del policía cuando murió, ¿pero la nuestra?”, dice el padre, Luiz Roberto Gomes, de 60 años.

Víctimas

La violencia en la ciudad genera tanto víctimas directas como indirectas. Las consecuencias para parientes y amigos pueden venir en la forma de impacto sobre su salud física y mental, en las relaciones sociales, generar problemas financieros.

“Es una vía crucis, vivir una experiencia de esas, que tiene gran potencial traumático, tiene un impacto muy relevante en la salud. El homicidio es estigmatizado, existe la creencia de que si usted murió asesinado es porque hizo algo mal. La muerte no es valorada, por lo que las familias acaban aislandose, debilitando las relaciones sociales y familiares, el hogar se vuelve más pesado “, dice Daniella Harth, psicóloga de la Fiocruz (Fundación Oswaldo Cruz) y que estudia el tema.

En el caso de Jozelita de Souza, madre de Roberto, uno de los cinco amigos asesinados por PMs en la matanza de Costa Barros, en 2015. La peluquera murió a causa de un cuadro de depresión.

Tereza Gonçalves Farias, de 44 años, vivía hace más de 20 años en una parte del Complejo del Alemán conocida como Inferno Verde. A pesar de que el lugar tenía razones para tener ese nombre, como los frecuentes tiroteos, le gustaba vivir allí. Era pobre, pero era barato.

En julio de este año descendió el cerro y fue a vivir en un condominio Mi Casa Mi Vida, donde divide el alquiler con una amiga y vive pagando cuentas con retraso. No vive allí porque quiere sino porque teme represalia por no haberse callado tras la muerte de su hijo, Felipe Farias, de 16 años, baleado en una corrida tras una protesta por la muerte de otro adolescente en la favela, Paulo Henrique de Oliveira, de 13 años.

Tereza acusa a Policía Militar de haber asesinado a su hijo. Fue lo que declararon los testigos a los investigadores. Según ella, el consejo de dejar la favela vino de un inspector de la policía.

En el celular de Tereza hay fotos que muestran a policías disparando el día de la protesta en el callejón donde su hijo murió, balas en la pared, rescate del niño por moradores. “Todo lo que tengo en mi celular la policía también lo tiene. Hasta ahora nadie ha hecho nada. Voy por el callejón todos los días para ver si las balas todavía están ahí y están, ¿sólo por qué yo vivo en la favela mi hijo puede morir y nadie ser castigado?”, dice.

El crimen de María Eduarda, de 13 años, muerta con tiros por la espalda dentro de la escuela, en Acari, es uno de los excepcionales casos que tuvieron una investigación concluyente. Dos policías militares terminaron presos. En aquel momento, ellos protagonizaron un tiroteo con criminales y dispararon contra la escuela.

Rosilene Ferreira, su madre, conversó con la Folha por teléfono, dijo que hablaría más personalmente, pero luego desestimó el encuentro. Durante días, envió mensajes con videos y fotos de la niña. Después, no atendió más. Ella, que es acompañante de ancianos, no volvió a trabajar.

*Este artículo se realizó en el marco de la Beca Cosecha Roja. También se publicó en Folha de Sao Paulo