martinez poch

Mientras leían la condena, Jorge Martínez Poch se chupaba el dedo del medio y le guiñaba el ojo a los familiares y amigos de su ex pareja, Vanesa Rial. En la sala, el público aplaudía y festejaba el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de La Plata: la sentencia a 37 años de prisión por abuso sexual gravemente ultrajante, privación ilegítima de la libertad y corrupción de menores por haber abusado de las dos hijas cuando era su tutor.

“Hoy empiezo a vivir de nuevo. Es el día más feliz de mi vida después de estos años de dolor. Para mí terminó la pesadilla”, dijo a los medios Rial, la abogada de 40 años que fue la novia de Martínez Poch. Él la mantuvo en cautiverio en un departamento durante casi dos meses, la golpeó y abusó sexualmente de ella.

Al DJ también lo condenaron por las torturas y los abusos que les provocó a las hijas desde que la mamá murió y quedaron a su cargo. Ellas tenían 5 y 7 años. Cuando la más grande cumplió 15, lograron escaparse y recién se animaron a denunciarlo después de enterarse lo que le había hecho a Vanesa.

Hoy, ante el tribunal y tras escuchar la condena, Martínez Poch se “lamentó” de no haber podido pasar más tiempo con ellas aunque, mientras escuchaba la lectura de la sentencia, guiñaba el ojo y hacía muecas con la cara. “Es una persona que no puede empatizar con el dolor”, explicó a Cosecha Roja el médico psiquiatra Enrique Stola. Para él, las víctimas fueron agredidas y soportaron “cosas mucho peores” que un dedo levantado.

El juicio comenzó el 1 de agosto. Durante el proceso, la fiscal Florencia Budiño pidió investigar a Pablo Rodríguez, supuesto dueño del edificio donde Vanesa estuvo en cautiverio. Ella declaró que lo reconoció como una de las personas con las que Martínez Poch la obligó a mantener relaciones.

Durante el juicio las víctimas declararon que el hombre las lavaba con lavandina o les pedía que lo lastimaran a él luego de los abusos. “Buscaba justificar lo que él les hacía, comprendía la criminalidad de sus actos”, dijeron en el fallo unánime los jueces Juan José Ruiz, Carmen Palacios Arias y María Isabel Martia. Así desestimaron la imputabilidad que pedía la defensa. Para la condena tomaron en cuenta los más de cuarenta testimonios, la Ley de Violencia de Género y la Convención de los Derechos del Niño.

Aunque la fiscal pidió 40 años, la condena de 37 es la máxima permitida por la ley en estos casos. Vanesa, con los ojos llorosos, se alegró por la decisión. Mientras, el público festejaba y Poch hacía gestos. “Las muecas que hizo fueron para mostrarse fuerte pero hay impotencia. Es consciente de eso como de todo las atrocidades que cometió -dijo Stola-. El gesto positivo que hay que remarcar es que se hizo justicia”.

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A fines de agosto de 2013, un colega de Vanesa le presentó a un ingeniero en sonido que trabajaba de disc jockey. El hombre se había quedado viudo en 2002 y tenía un departamento en la calle 23 entre 58 y 59, en La Plata. “Me pareció encantador. Era haber encontrado al príncipe azul”, contó la abogada durante el juicio. Al tercer día de relación él le pegó la primera paliza.

A principios de septiembre pasaron el fin de semana en el departamento. A Vanesa le pareció raro que la puerta no tuviera picaporte y que la cama estuviera en el medio del living con vista hacia el balcón. Ahí la violó por primera vez.

Desde entonces, Martínez Poch le daba pastillas y bebidas alcohólicas. Vanesa iba cansada a trabajar y él la buscaba a la salida con su moto. En el departamento donde la tenía secuestrada, la obligaba a tener sexo con sus amigos y la amenazaba con matar a sus padres si se escapaba.

“Estoy feliz en Navarro” fue el mensaje de texto que despertó las sospechas de Eduardo Rial, el padre de Vanesa. Esas no eran las palabras de su hija. Cuando descubrió que estaba secuestrada, hizo la denuncia contra Martínez Poch ante el fiscal Marcelo Romero. El 23 de septiembre la rescató la policía y el hombre quedó detenido.

Unos días después, otra denuncia contra el DJ llegó a la justicia: las dos hijas declararon que cuando murió su madre fueron abusadas por él. Las obligaba a dormir en la misma cama y a observarlo teniendo sexo. Nunca dijeron nada por miedo. Durante el juicio se negaron a hacerse las pericias psicológicas para no revivir los hechos y, cuando declararon ante el tribunal, pidieron que su padre no estuviera presente: escuchar su voz todavía les hace mal.