“En 2011 y 2012 tuve Educación Sexual Integral en el Colegio María Auxiliadora y ahí empecé a descubrir que esto no estaba bien”.  Jonathan denunció al cura Nicolás Parma por abuso. Antes de hacerlo, le contó la situación a Agustín Rosa, otro cura acusado de pedofilia.  Ambos forman parte del mapa de denuncias por abusos en la iglesia. La periodista Sara Delgado cuenta sus historias.

nicolas parma

“Haced lo que él os diga”. Con esa frase de bienvenida abre el blog de los Discípulos de Jesús San Juan Bautista. Sus miembros lucen los ropajes marrones con capucha que se supone llevaba aquel que bautizaba en el Jordán. Según el Evangelio de San Marcos, estaba hecho de pelo de camello con un cinturón de langostas y miel.

La congregación nació en Salta en 1996. Su fundador, Agustín Rosa, está preso acusado de abuso sexual a menores. Antes que eso los monjes lograron replicarse en varios puntos del país, Chile y México. Una hora al día, un día al mes y un mes al año guardan silencio porque “cuando calla el hombre, habla él”. 

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Hace dos años Jonathan denunció a Nicolás Parma – alias “Padre Felipe”- en la Doctrina de la Fé, es decir, con un testimonio ante la Iglesia Católica. Se cree que fue uno de los primeros en ser atacados por el cura cuando convivían en una casona donde bajo su tutela los menores hacían el postulado en Puerto Santa Cruz, una localidad costera de la provincia sureña, con no más de cinco mil habitantes.

A Parma lo detuvieron el 6 de octubre de este año. Una semana después Jonathan atiende el teléfono. Por mensajes dice estar muy enojado pero del otro lado de la línea aparece una voz dulce que maldice con un: “¡que se vayan los curas a freír churros!”.

Jonathan nació en un barrio obrero del conurbano, Virgen de Guadalupe. Es uno de ocho hermanos y aunque se esfuerza no logra ubicarse en el orden de pariciones. Su mamá es católica devota y colaboraba con las actividades parroquiales. En 2007 dos discípulos del Instituto San Juan Bautista llegaron para fundar una sede en un departamentito donde arrancaron con labores pastorales para niñxs y adolescentes. Jonathan nunca había tenido una fiesta del Día del Niño y ahí la tuvo, nunca había tocado una guitarra y ahí le prestaron una. No es raro pensar que así nació su idea de servir a la Iglesia y que por eso a los 14 años lo mandaron a Puerto Santa Cruz para que hiciera el postulado.

Una mañana se despertó con el estómago duro, no quiso comer y tenía miedo. La noche anterior había dejado todo listo para la misa y Parma lo había invitado a dormir a su habitación.

-Yo estaba preparando la cama de al lado para poder acostarme y él toca mi cola, me invita a sentarme a su lado. Gira y me apoya su miembro en la espalda por debajo de la frazada, así lo hizo durante unos 20 minutos. Como no accedía a acostarme en la misma cama me dejó de molestar y pude irme a mi pieza.

La vida en Puerto Santa Cruz era espantosamente solitaria. Rara vez aparecía gente por la casa y durante mucho tiempo no hubo otros jóvenes con ellos, hasta que la congregación reclutó a cuatro adolescentes más.

Los postulantes debían ir al colegio y rezar, pero el resto del tiempo lo dedicaban a tareas domésticas. Barrían los cuartos, charlaban sobre cómo poner la mesa o plumerear los santitos y sobre el gusto de la sopa con fideos.

Según denunció Jonathan, después del primer abuso, Parma fue cada vez más violento. Ya directamente lo llevaba a rastras a su habitación y le abría aplicaciones en su Ipod para entretenerlo mientras lo obligaba a eyacular en su mano. Otras veces hacía que lo masturbe a él, aunque con el correr del tiempo hubo actos que involucraron a varios chicos a la vez, a los que el cura sometía amenazándolos con echarlos de la congregación y decirles que iban a ser eternamente infelices y nunca nadie los iba a querer.

Cada abuso, desde el primero al último, terminó de la misma manera: después de saciarse, Parma echaba a patadas a Jonathan culpándolo de todo y se encerraba largas horas en su habitación.

-Me hacía salir de la pieza diciéndome que yo provocaba que él sea así, me decía que por culpa mía él hacía lo que hacía, que por culpa mía nosotros pecábamos, que intente alejarme de él porque lo lastimaba. Y siempre me echo la culpa de todo lo que yo no entendía.

Durante los amaneceres que sobre el mar del pueblo parecían empezar un incendio, también otro acto se repetía: Parma llamaba a los chicos y les pedía perdón. Nadie podía ayudarlo. Entonces, el miedo era una pulsión espeluznante que parecía haber dejado cualquier instinto de supervivencia en piloto. Estaba rehén en una casa y preso de un cuerpo sin voluntad propia.

-Teníamos prohibido hablar con los demás de cómo nos sentíamos. Hasta si nos dolía una muela nos teníamos que quedar callados porque si no te humillaba delante de todos, y a esa edad no querés pasar esos quemazos.

Por eso a los chicos que sufrían los abusos se unió el deseo de quitarse la vida. Tanto Jonathan como Yair Gyurkovitz, el pibe que en 2016 llevó los abusos de la congregación a la justicia y habilitó el proceso penal, le dijeron a Cosecha Roja que fantaseaban con  suicidarse mientras estaban en Puerto Santa Cruz, sólo que no se les ocurrió cómo.

-¿Entendías que abusaba de vos?

-No, porque era un juego. Una clase de educación sexual integral fue lo que me salvó, porque en el tiempo que estuve ahí no se hablaba y la sociedad no estaba tan concientizada de lo que pasaba. En 2011 y 2012 tuve ESI en el Colegio María Auxiliadora y ahí empecé a descubrir que esto no estaba bien. Me acuerdo que Parma se opuso totalmente a la educación sexual, nos decía que era dañino, pero era porque ahí se le acababa el juego. Hoy yo digo que la ESI es fundamental porque te descubrís primero vos mismo, cosas de tu cuerpo que a esa edad no las sabés, y porque te enseñan que si te tocan nunca es para jugar.

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Valeria Zarza es una ex monja que también denunció abuso sexual pero contra el fundador de la congregación y ahora integra la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico, desde donde acompañó las denuncias de los chicos. Le dijo a Cosecha Roja que “en la comunidad estaban terminantemente en contra de la educación sexual. Había muchos temas que no podíamos hablar con libertad y si teníamos que ir al ginecólogo en el caso de las mujeres, nos obligaban a ir con alguien para que entrara con nosotros al consultorio así después el superior le preguntaba de qué se habló y qué preguntas habíamos hecho al médico”.

A doce años de la implementación de la Ley de Educación sexual Integral en Argentina, todavía es resistida por sectores religiosos, con críticas que tomaron impulso en pleno debate por el derecho de las mujeres a decidir sobre el propio cuerpo. Tanto la evangélica como la católica quieren restringir la participación del estado en el derecho a la ESI.

A comienzos de mes, las Comisiones Episcopales de Educación y de Laicos y Familia dijeron que la educación sexual tiene que estar reservada “al propio ideario y convicciones éticas y religiosas”. El documento se apoyó en la frase “Sí a la Educación Sexual” que dijo el papa Francisco durante el Amoris Laetitis, en una prerrogativa que todavía tiene demasiados peros y sigue negando las disidencias.

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Hacia afuera, Parma construía un vínculo entrañable con la comunidad. A ese hombre bajo, orejas morrocotudas y cuerpo corto que ostentaba los votos de castidad, pobreza y obediencia, empresas como Pérez Companc lo llevaban en vuelo privado hasta su base para que diera misas, o le compraban una camioneta para la parroquia.

Aún hoy la confianza de una parte del pueblo de Puerto Santa Cruz con el cura goza de buena salud. Todavía hay gente que pide permiso en la comisaría para visitarlo, le llevan comida y hasta juntaron fondos para contratarle al penalista más reconocido de la provincia, Carlos Muriete.

En 2013 Jonathan terminó el secundario y lo mandaron a Salta para que recibiera los hábitos. El ya no quería saber nada y por eso le contó lo que pasaba a otro cura que lo acusó de estar mal de la cabeza y lo derivó al psicólogo. El médico también le recomendó que no se fuera del instituto.

Fue en Salta que le reveló los abusos al fundador de la congregación, Agustín Rosa, pero al igual que sucedió con los demás postulantes que hablaron, Rosa les pidió que se aferrasen al leitmotiv del instituto y callaran, perdonando “la debilidad del hermano”. Rosa también está acusado de ser pederasta. Varios testimonios dicen que los  llamaba a su oficina y les decía que había muchos casos de varicocele para que se dejaran revisar los genitales. Jonathan se escapó después de eso,  pero meses más tarde recibió una carta de Parma.

“…Te vi crecer, chuparte los mocos, enojarte, reír, llorar, rezar. ¿Te acordás cuando íbamos al Cielo durante la Misa Tridentina? O del rosario a los pies de María Auxiliadora, o tus momentos de intimidad con Jesús… que lindo que fue vivirlo, y hoy poder guardarlo en el corazón”…. “Quiero decirte con todo mi corazón y con todo lo que tengo: PERDÓN!!! Perdón por las veces que no fui un buen padre, un buen guía, un buen sacerdote, perdón por las veces que me equivoque, que no te tuve paciencia y me enojé, perdón por cada fallo, nadie me enseño la difícil tarea de ser padre y me toco estrenarme con vos!!! Con vos crecí y mucho y hoy soy agradecido a Dios por cada momento que pudimos vivir juntos…”

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Para 2015 era imposible que la Iglesia Católica no estuviera al tanto de lo que sucedió en la Congregación de los Hijos de Jesús San Juan Bautista. Entonces Jonathan ya había presentado su Testimonio para la Doctrina de la Fé, pero como nunca le contestaron llevó su caso a la justicia ordinaria. Después de un año y medio de dirimir competencia judicial, giraron el expediente a manos de Noelia Ursino, la jueza de Puerto Santa Cruz.

Recién tras la detención de Parma, el Comisariado Pontificio emitió una declaración negando haber protegido durante estos años al sacerdote y asegurando que, en realidad, lo habían sancionado severamente cuando le retiraron los hábitos y lo confinaron a Tucumán. Sin embargo, el texto firmado por Fray Alberto Saguier Fonrouge y Hugo Adrián Von Ustinov, no explica por qué el Vaticano lo mandó a la diócesis Vic, de España, después de las denuncias aunque reconoce la “verosimilitud” de las acusaciones de los chicos.

La semana pasada, el cura Parma fue procesado por los delitos de “abuso simple doblemente agravado, abuso gravemente ultrajante y corrupción de menores agravada”. En la comunidad santacruceña repudiaron al prebístero con una marcha hasta la comisaría donde está alojado. El fundador de la congregación, Agustín Rosa, está a un paso del juicio oral después de un pedido de la fiscal salteña, María Sodero Calvet.