El Espectador.-

Este lunes en la noche se emitió el último capítulo de Escobar, el patrón del mal, la serie producida por Caracol Televisión que retrataba la vida de Pablo Escobar, el jefe del cartel de Medellín abatido en 1993.

Con un presupuesto diario promedio de $300 millones, la serie se convirtió en la producción más costosa de la televisión colombiana, así como una de las más criticadas en los últimos años.

Podría decirse que la polémica era un asunto esperado, casi predecible, pero no por eso menos interesante.

Con cientos de muertos por delante, la historia de Escobar es un relato de horror que para algunos no ha logrado quedarse en el pasado, una herida aún demasiado cercana al hueso.

Algunas de las primeras reacciones en contra de la serie fueron clasificarla como una apología del crimen, una glorificación más para un estilo de vida que consigue cosas (carros, apartamentos, escaños en el Congreso) en un país calificado internacionalmente como uno de los más felices y desiguales del planeta.

“Alguien habría tenido que preguntarse si una serie de televisión sobre Pablo Escobar podía hacerse; si para hacerlo teníamos la capacidad, la autoridad y el derecho. Era necesario considerar en primer lugar la diferencia entre los géneros y advertir que no es lo mismo la publicación de una investigación biográfica como La parábola de Pablo, de Alonso Salazar, en la que supuestamente se basa la serie, que la composición de una tragedia, que entraña una apología”, escribió Carolina Sanín en una columna para la revista Arcadia a mediados de este año.

¿Es apología hablar de un fenómeno? Claro, la reacción obvia podría ser que no, dependiendo de lo que se diga, en qué tono, cómo se hable de ello. Lo que pareció no caer muy bien entre los críticos de la serie fue el formato, uno basado en hechos reales (y adaptado a la televisión por familiares de víctimas), pero que fue percibido como demasiado cercano a la telenovela.

Las preguntas entonces viran hacia qué tipo de representación es válida sobre un fenómeno como el narcotráfico: ¿bajo qué lente es aceptable ver a Pablo Escobar? Las respuestas en este caso son mucho más relativas y pueden llevar a contrapreguntar: ¿hay algún tipo de representación vedada?

“Esta serie tiene como protagonista al colombiano más reconocido en el mundo, y en todo caso tampoco aporta muchos elementos a la reflexión sobre nuestra realidad, porque lejos de contextualizar el fenómeno del narcotráfico y de sus causas o sus consecuencias sociales, se reduce a ofrecer la historia en su versión más oficial, emocionalmente más efectista y definitivamente más inofensiva para las ‘prestigiosas’ instituciones del país”, argumentó en Razón Pública Ricardo Coral, guionista, productor y director de cine de la Escuela Superior de Artes de Praga.

De pronto cabría decir que incluso en la versión oficial (aquella que muchas veces trata de obviar el hecho de que en la cacería de Escobar se unieron todas las formas de lucha, por decirlo de alguna forma), el final de la historia no fue feliz, ni para el capo, ni para el país.

“Una serie como Escobar, en la que el protagonista termina vuelto nada, solo, al que la plata finalmente no le sirvió, no creo que haga apología. Lo que sí puedo asegurar es que la televisión que existió durante treinta años, que trató la historia del rico con la pobre, de las familias, no hizo a la sociedad mejor”, le dijo Andrés Parra, el actor que interpreta a Escobar, a Juan Pablo Castiblanco de la revista Shock.

Fidel Cano, director de este diario y sobrino de Guillermo Cano, que ejerció el mismo cargo en la época de Escobar y fue asesinado por orden de éste, opina que la serie “se esfuerza por mostrar otras perspectivas, en especial la de las víctimas. Creo que hay que perderle el miedo a hablar de estas cosas porque, si no, seguimos haciendo una televisión irreal. A la sociedad se le presentan varios roles muy claros. Si escoge al narcotraficante, hay algo muy malo en ella, pero eso no es problema de la televisión”.

El patrón del mal, en una versión no muy discutida, avanza en temas de producción, manejo de planos, en fotografía, sonido, montaje de cámara: la producción propone en temas de lenguaje audiovisual. De pronto lo que duele es que nadie, al menos desde la televisión, termine por explicarle al país por qué hay tantos hombres capaces de jugarse la vida, y muchas veces la de sus familias, para perseguir el espejismo del dinero.

“Tal vez la oportunidad que desaprovechó El patrón del mal fue la de no ser tan espectacular, sino centrarse en otras cuestiones. Que no fuera como una novela en la que al final los malos se mueren y todo queda bien”, opina Linithd Aparicio, productora ejecutiva del portal independiente de cine Indyon y miembro de la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas.

Y sí, Escobar murió, pero el narcotráfico, claramente, no se acabó. Después vinieron otros, muchos.