Tres semanas para calentar corazones

La izquierda obtuvo el mayor triunfo en la historia de Colombia. Pero la derecha consiguió lo suyo. ¿Estaremos en la puerta de una nueva desilusión? Dos periodistas colombianas que viven en nuestro país se juntaron con otrxs migrantes a esperar los resultados de la elección histórica. Desde allí escribieron esta crónica, con el deseo de no resignar el derecho a vivir sabroso.

Tres semanas para calentar corazones

31/05/2022

Por Estefanía Avella Bermúdez y Alejandra Torrijos*

Difícil que no nos pase por la mente y el cuerpo el recuerdo, la sensación, del 2 de octubre de 2016 cuando el Sí a la paz perdió en las urnas. Difícil que no nos pase la película de hace cuatro años cuando por primera vez en la historia de un país sumergido en casi 60 años en guerra, la izquierda le pisó los talones a la derecha, pero no le alcanzó. Difícil que no nos atraviese el miedo de volver a sentir que estamos tan cerca de intentar ‘cambiarlo todo’, y a la vez tan cerca de volver a elegir el mismo rumbo.

Los resultados de la primera vuelta de las elecciones en Colombia son el mayor triunfo que ha tenido la izquierda en la historia de Colombia con 8.5 millones de votos (40 por ciento): Gustavo Petro, un exguerrillero del M-19 obtuvo la mayor votación que un candidato presidencial haya tenido en primera vuelta y se consolidó como candidato para la segunda vuelta con su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, una mujer afro, feminista y defensora de derechos ambientales. Nada podría estar mejor, pero, paradójicamente, los resultados nos tienen con la sensación de que estamos en la cuerda floja y en la puerta de una nueva desilusión. 

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El domingo 29 de mayo la máxima en Buenos Aires fue de 14° y en un Centro Cultural en Villa Crespo migrantes de Colombia nos juntamos para ver los resultados de las elecciones presidenciales del periodo 2022-2026, al ritmo de cumbia y folclor colombiano con las agrupaciones La María Juana y Camoruco. Era la convocatoria del comité Petro-Francia en Argentina y se pensaba la noche en festejos. Pero ante la música no todos los cuerpos se movieron. Una mezcla de frío y preocupación nos inmovilizó. 

Horas antes, las y los votantes se agrupaban en la entrada del Palacio San Miguel, sobre la calle Bartolomé Mitre, para buscar su mesa de votación. Andrea Mendoza, cartagenera radicada en Buenos Aires hace 3 años, votó temprano, sin embargo, resistía el frío en la calle enfrente del Palacio. No quiso irse porque había escuchado que se iban a necesitar más veedores de votación para garantizar que las elecciones fueran transparentes.

Fue un rumor (el miedo siempre presente) que corrió en los grupos de WhatsApp de las organizaciones políticas activas en Buenos Aires (el Comité Petro-Francia, Marcha Patriótica, Colombia Humana, la Unión Patriótica, personas autoconvocadas). Desde estas organizaciones se han promovido acciones, los últimos diez años, para apoyar los momentos cruciales colombianos en los que pensamos que en el país iba a haber un cambio político y social: El Plebiscito por la Paz, las elecciones presidenciales de 2018, los diferentes momentos del Paro Nacional, entre otros.

Cada instante, una desazón. También hacía frío hace 6 años cuando debíamos votar por la paz. Eran los últimos días del invierno. Algunos grupos de activistas a favor del sí regaron la propuesta de hacerles cartas a guerrilleros y guerrilleras que se iban a desmovilizar. La idea era enviar un mensaje de esperanza para decirles que los íbamos a recibir, a incluir, que les íbamos a dar la mano. 

Creíamos que un país diferente era posible. En ese invierno porteño del 2016, frente al consulado de Colombia en la calle Carlos Pellegrini, quienes migramos nos abrazamos y lloramos porque nos quitaban la ilusión. Ganó en No. Dos años después, en otro invierno, lloramos la pérdida de las elecciones presidenciales de 2018 en un Centro Cultural porteño en el centro de la ciudad. Duque, el candidato de Uribe, ganó con el 54.03% de los votos.

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Los resultados de este domingo, a pesar de ser positivos, nos reviven ese mismo miedo, las desilusiones pasadas. Sabíamos que el triunfo de Gustavo Petro en primera vuelta era casi un imposible. En ninguna encuesta alcanzó el 50% más uno que se necesita en Colombia para ganar la presidencia de manera inmediata. Hasta hace dos semanas, se daba por sentado que los candidatos para una segunda vuelta serían Gustavo Petro, del Pacto Histórico, y Federico Gutiérrez, del Equipo por Colombia y candidato del uribismo. Las últimas encuestas y, al final, los resultados de las elecciones sorprendieron poniendo sobre la mesa una tercera variable que creíamos improbable: Rodolfo Hernández, de la Liga de gobernantes anticorrupción, quien con 77 años y por medio de TikTok obtuvo casi 6 millones de votos (28%) y ganó en 13 de los 32 departamentos del país.

Hernández, como Petro, también habla de “cambio”. Un cambio que sustenta en su bandera anticorrupción –a pesar de que tiene abierta una investigación en la Fiscalía por corrupción y 37 procesos disciplinarios en la procuraduría por su gestión como alcalde de Bucaramanga–, y que sostiene en la defensa a la clase popular –a pesar de que ha hecho su fortuna con el negocio de construcción de viviendas de interés social–. El discurso de Hernández gana por antiinstitucional y por alejarse no sólo de las clásicas figuras de la política colombiana, sino también de las clásicas formas de hacer política: no necesita de los medios ni de los debates, se hace viral por medio de memes y de videos cortos; no necesita sede de campaña, se dirige al pueblo desde la cocina de su casa, solo y a través de zoom.

Igual, no es blanco o negro. No es que Hernández rompa con la tradición política colombiana ni con la ideología que representa ni los valores que sostiene. De hecho, de ahí viene la sensación de desilusión que invade a las 8.5 millones de personas que le apuestan a Petro y a Márquez. Hernández, la derecha tradicional y el uribismo se necesitan. Para ser el próximo presidente, Hernández requiere del electorado de Federico Gutiérrez, que obtuvo más de 5 millones de votos y el tercer puesto en la primera vuelta; para gobernar, Hernández requiere de la derecha que hoy tiene mayoría en el Congreso; y el uribismo necesita de Hernández para mantenerse vivo, para defender la institucionalidad, para ir en contra de Petro y para que un discurso antiderechos garantice el statu quo.   

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Amigos y amigas argentinos nos saludan y festejan un triunfo. Debemos explicar. En Colombia todo puede pasar, si bien Petro duplicó sus votos desde las pasadas elecciones (4.855.959 de 2018, frente a 8.520.444 de las actuales), no estamos seguros de que alcance. En este deseo de cambio –del cambio que representan Petro y Márquez– estamos solos. El 40% no nos alcanza. En Colombia el voto no es obligatorio y nos queda salir a convencer a los 17 millones de abstencionistas (casi el 45.09% de la población apta para votar). 

Una de las voceras del comité Petro-Francia en Argentina lo dice con esperanza desde la tarima del centro cultural en Villa Crespo: “Tenemos tres semanas para calentar corazones”. Diferentes organizadoras toman la palabra para hacer un resumen de la jornada, para agradecer, para decir que después del baile de la noche hay que tomar fuerzas para seguir en campaña para lograr el cambio que queremos.

Ese cambio lo soñamos teniendo el paralelo de la vida en Argentina: “tenemos que agradecer a este país que nos recibe, nos da un DNI, nos permite estudiar, trabajar”. Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (2021), para el 2020 la población internacional migrante en Argentina era de 2,3 millones de personas. De esta cifra el 7% es colombiana. 

Según el estudio La Migración Colombiana en Argentina, realizado por el Consulado de Colombia en Buenos Aires, la Untref y su instituto de migraciones y la OIM, el perfil de la migración colombiana para 2016 en su mayoría es de jóvenes estudiantes y se ha mantenido como constante desde el 2010. El 42% de la migración colombiana tenemos educación universitaria o la estamos cursando en Argentina, este país  se convirtió en la posibilidad de tener acceso a educación de calidad y gratuita y de tener algunas necesidades básicas cubiertas.

No podemos desconocer que hoy Colombia es un país distinto. Lo muestran resultados de las dos últimas elecciones presidenciales (2018 y 2022) y las últimas elecciones legislativas (marzo 2022), en las que la izquierda como oposición hizo historia con porcentajes nunca antes vistos; además de una ciudadanía que se fortalece y se reconoce capaz de movilizarse y de movilizar, de exigir, de poner el cuerpo en la calle, y de hacer frente a las violencias institucionales. 

Una ciudadanía que se ha hecho visible en los territorios colombianos pero también en el exterior ante los paros nacionales del 2019 y del 2021. Y, aunque esta migración nos enfrenta al desarraigo y a condiciones de desigualdad y discriminación, también nos muestra unas condiciones sociales deseables y posibles. Entender que se puede vivir sin que todo cueste el doble. Estudiar sin endeudarse, trabajar sin esclavizarse, transportarse sin asfixiarse ni perder el sueño, ascender socialmente sin depender del dinero. Disfrutar de la vida sin culpa.

La ilusión que se puso en duda el 29 de mayo es la de poder vivir en un país con la posibilidad de cambio. No nos queda otra que convencernos y convencer: queremos un país en el que vivir sabroso sea una manera de habitar cada territorio. Porque poner en riesgo el vivir sabroso es poner en riesgo la posibilidad de volver a un país diferente. 

*Estefanía Avella Bermúdez. Feminista colombiana. Antropóloga y politóloga con maestría en periodismo. Trabajó como periodista en el diario nacional colombiano El Espectador y fue reportera del medio digital Cerosetenta, enfocándose en temas de violencias de género, movilización social e implementación del acuerdo de paz. Actualmente es coordinadora regional de comunicaciones de la Fundación Friedrich Ebert (FES) para América Latina y el Caribe. Vive en Salta capital desde 2020.

*Alejandra Torrijos. Estudió periodismo y edición en la Universidad Javeriana (Bogotá). Radicada en Buenos Aires desde hace 9 años, actualmente cursa la Maestría en Periodismo Narrativo en la Universidad Nacional de San Martín. Realizó la Especialización de Periodismo Cultural en la Universidad Nacional de La Plata y la Especialización de Periodismo Narrativo en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Es una de las ganadoras de la beca de Periodismo Performático de la Revista Anfibia y Casa Cultural Sofía con Pena y pachanga, una performance con cruce de biodrama que cuenta la vida de migrantes colombianos en Buenos Aires y su vínculo con la salsa. También es ganadora del Proyecto Crónicas Migrantes de la Revista Anfibia y la Organización Internacional de Migraciones (OIM) de la ONU y es cocreadora del proyecto epistolar Chasquis Cartas, un Newsletter de cartas escritas desde la migración en pandemia.