Chile: la masa deseante que goza en la protesta

El pueblo chileno en las calles es goce y performance. En la hoy renombrada Plaza de la Dignidad vuelan piedras y balines pero también pelotas de plástico que los manifestantes pasan de mano en mano como en un juego playero. “Son gestos hermosos con los que respondemos a la brutalidad del Estado”, escribe el sociólogo y activista Raimundo Echeverría.

Chile: la masa deseante que goza en la protesta

15/11/2019

Por Raimundo Echeverría. Foto: Dani Zárate

Todos los días, a eso de las 15:00, el tránsito en torno a la ex Plaza Italia es interrumpido. Hombres con las caras cubiertas se despliegan por los alrededores espantando a automovilistas y transeúntes con sus equipos de guerra. Son los Carabineros de Chile, que fuera de todo protocolo y antes de cualquier provocación, lanzan gases tóxicos en el espacio que se ha convertido en el centro político del país en el último mes.

Les protestantes empezamos a llegar algo más tarde. Nos juntamos en un lugar cuyo aspecto árido habla de la violencia desplegada. Ya no queda ni un rastro de pasto y su apariencia deteriorada, que escandaliza a los amantes del orden, no es distinta a la de la mayoría de las plazas de la periferia de la ciudad. El espacio público más emblemático de la capital es rebautizado como “Plaza de la Dignidad”, en honor al surgimiento del nuevo Chile que irradia su lucha como una onda expansiva desde ahí hacia el resto de Santiago.

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«A luca la chela, a luca la chela» gritan los vendedores entre les manifestantes. Tomamos y protestamos. A contracorriente de una izquierda que quiere señalarle al pueblo las formas correctas de lucha, nosotres somos la masa deseante que vive el goce en la protesta. No hay como el efecto del alcohol para soltar la valentía. Pero la mayoría no se emborracha, los sentidos deben estar atentos.

Más despiertos que nunca, respiramos el aire lacrimógeno sin movernos de ahí. El pueblo es performance y el pueblo chileno bebe.

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Los viernes se han institucionalizado como el día de mayor convocatoria. Al último llegaron al menos 500 mil personas, en esos llamados a marchar que terminan siendo una gran concentración. En ellas el pueblo expresa el semblante alegre y combativo que ha fraguado en estas protestas. Las barras bravas de equipos rivales desplazan su aguante desde las galerías de los estadios a lo más alto de los monumentos aledaños, para desde ahí agitar sus banderas y lanzar fuegos de artificio que encienden nuestro espíritu; en un costado de la Plaza se forma un mini-mercado compuesto por varios carros de supermercado llenos de bebidas y cervezas heladitas, listos para enfilar por Pio Nono ante la inminente arremetida de la policía; se elevan volantines como si estuviéramos en septiembre, el mes patrio, en la más aguerrida de las fondas; una pelota de plástico inflable me cae delante de la cara y la lanzo fuerte, de vuelta al cielo, siguiendo el juego playero que mantiene viva la fiesta popular. Son gestos hermosos con los que respondemos a la brutalidad del Estado y su fuerza policial.

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No todos los días son iguales en la Plaza de la Dignidad. Las protestas se sostienen en su regularidad, pero la cantidad de asistentes fluctúa y a veces no hay más de 10 mil personas logrando sostener la interrupción de la normalidad. Solo gracias a les encapuchades podemos resistir un par de horas ahí; es su arrojo el que multiplica nuestra fuerza y nos permite ganar el espacio. Las barricadas prenden en un acto más simbólico que efectivo en lo material, y detrás del fuego jóvenes valientes, muches de ellos primerizes, arrojan objetos contundentes de escasa efectividad ante los acorazados militares de los guanacos y zorrillos.

Les capuchas mejoran sus formas organizativas, como en un proceso biológico de adaptación. Si los pacos lanzan lacrimógenas, elles se hacen de bidones con agua y bicarbonato para desactivarlas. Si disparan balines, se arman de antenas de televisión satelital, tablones o señalética pública para escudarse de los disparos dirigidos de manera asesina a sus cuerpos. Si les quieren replegados por ese cinturón inmovilizador que es el miedo, elles nos indican que el camino es levantar la cabeza y mirar de frente a la policía. Son el heroico brazo armado que nos permite ensayar esta existencia como pueblo unido en la violencia contra el poder estatal.

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Las paredes de Santiago han sido un territorio en que la disputa ha tomado colores de latas de spray. Mensajes tales como EL GOBIERNO MATA, LOS PACOS JALAN, o la sigla más repetida, ACAB, se han multiplicado como hongos después de una lluvia, emergiendo en todo espacio que admita la extensión de un rayado. El alzamiento de octubre será indeleble no sólo por sus consecuencias político-sociales, sino porque no habrá maniobra higienizadora que logre remover toda la pintura rabiosa vertida sobre los muros de la ciudad. Habría que hacer de nuevo Santiago para olvidar el paso de la protesta.

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«PIÑERA, CONCHETUMARE/ ASESINO, IGUAL QUE PINOCHET» es el canto que marca el ritmo de la rabia. 20 muertos, 2.009 heridos en hospitales, 197 personas con graves lesiones oculares y 52 querellas por violencia sexual, son las cifras más actualizadas del Instituto Nacional de Derechos Humanos.  Van 25 días consecutivos de protestas y el gobierno ha insistido en respaldar a la policía, anunciando proyectos de ley para extender sus facultades, y desechando la posibilidad de abandonar el uso de balines de metal y perdigones. Formados por ex generales y coroneles al servicio de la dictadura de Pinochet, las Fuerzas Especiales de Carabineros ejecutan con alevosía la política de mutilación de cuerpos impulsada por Piñera.

Gustavo Gatica tiene 21 años, estudia psicología y participaba activamente de las manifestaciones. El 8 de noviembre fue el último día de su vida en que pudo ver. Recibió dos balines en los ojos; en el izquierdo ya perdió la visión, en el derecho los doctores trabajan contra el pesimismo para recuperar algo de su sensibilidad. Un rostro ciego es la marca más horrorosa del actuar de Carabineros, que no dejan de disparar a la cara. Nada de esto intimida a les protestantes. Al contrario, cada anuncio represor del gobierno se ha convertido en un impulso para marchar con más ganas. Así lo ilustra Pablo en un reportaje de The New York Times, quién volvió a las calles pocos días después de ser alcanzado por un perdigón. «Si ganamos algo este ojo va a ser un ojo ganado, no un ojo perdido. Eso es lo que quiero, que valga la pena haber perdido esto».

La salida policial a la crisis política ha mostrado una ineficacia total. Hoy no hay disparo que pueda cerrar los ojos de Chile.