Redacción Cosecha Roja .-
Le dicen el Chivo. El Monje Negro. El Hombre de la Sombra. Marcelo Chebriau es el jefe de la Dirección de Investigaciones (DDI) de La Matanza, el distrito más poblado de Argentina, y una pieza clave en la Policía Bonaerense. Actuó en los últimos fracasos de la fuerza. O quizás sean éxitos: para garantizar que un caso no se esclarezca, suelen decir sus camaradas, hay que llamarlo a él. Por eso emerge de los escándalos fortalecido, sin siquiera despeinarse su tradicional jopo.
Su última aparición pública fue durante la investigación por el crimen de Candela Sol Rodríguez. Desde el momento en el que encontraron el cuerpo de la niña de Hurlingham, Chebriau cumplió un papel estratégico: varias fuentes cercanas a la causa coinciden que armó el escenario para que la investigación estuviese cerrada antes de las elecciones de octubre. Tal como se publicó en Cosecha Roja, el jueves 19 de abril la Justicia decretó dejar en libertad a los ocho detenidos, correr de la causa al juez y al fiscal. Toda la estrategia, destinada a encubrir la supuesta participación de una banda narco policial en el secuestro de la niña, se esfumó.
-Lo pusieron ahí para meter presos a inocentes y cerrar la causa rápido- asegura un abogado que lo sigue a sol y sombra.
-Es un tipo muy vivo –dice El Fantasma, un ladrón que lo sufre y lo teme en partes iguales-. Es un gran armador de causas. Es un tipo capaz de hacer cualquier cosa. De él se cuidan los chorros y la misma policía. No se quién lo banca, tiene que ser alguien muy pesado.
Los jefes policiales justifican su presencia en las causas que preocupan a la policía con otros argumentos:
-Chebriau-dice uno de los últimos ex jefes de policía- además de estar al frente de la DDI, comanda un grupo especial anti secuestros.
El 31 de enero de 2009, el adolescente Luciano Arruga desapareció de su casa en Lomas del Mirador, un barrio humilde en la periferia de Buenos Aires. La sospecha de su familia y varios testigos era que Arruga había sido detenido en un destacamento policial. Allí, declararon los detenidos, se escucharon gritos de un joven que era torturado. Chebriau estuvo a cargo de la investigación los primeros 45 días. Nunca hubo un policía acusado por el crimen. En esos días, asegura la familia de Luciano, se borraron pistas claves para encontrarlo.
Casi un año antes, Chebriau estuvo en la mira de los medios. Durante un mes trabajó en la búsqueda de los Pomar, una familia desapareció durante un viaje en auto entre dos localidades del interior de la provincia. Mientras él decía investigar varias pistas, los cuerpos de los cuatro estaban a pocos metros de la ruta 31: habían sido víctimas de un accidente vial.
El Fantasma, un hombre de aceitados contactos con la policía que conoce bien su andanzas, dice que durante la búsqueda de los Pomar él estuvo presente en una reunión dónde Chebriau dijo:
-Que a esos- por los Pomar-los busquen los campesinos. Nosotros tenemos que recaudar.
En La Matanza, varias fuentes señalan lo que parece un lugar común: cada día, los recaudadores de la Policía Bonaerense dan la vuelta cobrando impuestos a los negocios ilegales de la zona. El jefe de calle es encargado recaudar el dinero y llevarle un porcentaje a Policía Departamental. Allí, dicen, reinan el hombre al que todos temen.
El prontuario de Chebriau es extenso: en 1999 fue acusado por sus colegas de Mercedes, una localidad de la Provincia de Buenos Aires, de proteger a piratas del asfalto. El entonces Ministro de Seguridad León Arslanián lo pasó a disponibilidad. Su astucia lo hizo zafar. El 3 de enero de 2007 volvió a ser denunciado por sus subalternos de Drogas Ilícitas. En esa oportunidad lo acusaron de maltratador y de usar un auto de la justicia para recaudar coimas en boliches y prostíbulos.
Otro de los casos investigados por Marcelo Chebriau fue la desaparición de Erica Soriano. La chica, de 30 años, estaba embarazada de tres meses. El 21 de agosto de 2010 tenía que ir desde su casa en Lanús hasta Villa Adelina, para almorzar con su familia materna.
Antes de salir discutió con Daniel Lagostena. El hombre le llevaba veinte años, hacía seis meses que se conocían y tres que vivían juntos. La relación era tormentosa: él la acosaba con ataques de celos y había logrado separarla de la mayoría de sus amistades.
Erica nunca llegó a destino.
En teoría se perdió por el camino, pero nadie la vio salir de la casa ni caminar por el barrio. El caso quedó en manos del jefe de la DDI de Lomas de Zamora, Fabián Tosso. Daniel Lagostena, hijo de una familia tradicional de Lanús, se convirtió en sospechoso, pero nunca fue citado a declarar.
Dos meses después de la desaparición de Erica, un hombre de jopo y aspecto frío llegó a Villa Adelina.
-Yo me voy a hacer cargo de la investigación- le dijo a Ester, la madre de Erica.
Era Marcelo Chebriau. Su jurisdicción terminaba a una hora de auto de la casa de Ester, y a 45 minutos del lugar de los hechos. Pero allí estaba.
Como primera medida, intervino los teléfonos de la familia de Erica e instaló a su gente en la casa de la madre. Una agente llegaba a las ocho de la mañana y se quedaba hasta las ocho de la noche. Por las noches, otra la relevaba. Ambas atendían los dos teléfonos de línea y el teléfono celular de Ester.
Cada llamada y cada movimiento de la familia –quién salía, quién entraba, a que hora- era registrados en una computadora y enviados a la DDI de La Matanza.
La rutina se repitió durante cuatro meses. En todo ese tiempo, la causa no avanzó. A pesar de todos los indicios contra Daniel Lagostena, la investigación se diluyó en las decenas de pistas falsas. Lo único visible seguía siendo el control sobre los movimientos de la familia de Erica.
-¡Basta!, necesito tener privacidad- dijo una tarde Ester.
Ese día lo volvió a ver a Chebriau. El hombre del jopo intentó convencerla de seguir. Ella le repitió que necesita recuperar su intimidad. Fue la última vez que lo vio. El monje negro había cumplido su misión. Una vez más.
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