marihuana

Por Agustín Aranda – El Ciudadano.-

Alberta no culpó a nadie cuando una mañana su cuerpo se endureció y no la dejó salir de la cama. Tenía 49 años, tres lesiones cerebrales y el diagnóstico de una enfermedad sin origen ni cura: esclerosis múltiple. Dice que fue su culpa. Sabía que las horas en los barrios de la ciudad como trabajadora social para la Municipalidad de Rosario no desaparecían cada día cuando entraba a su casa. Tuvo que jubilarse y probar durante 9 años distintos tratamientos con pastillas recetadas. Ninguno funcionó y no salía de su casa sin pensar si su vejiga la iba a traicionar a mitad de camino.

Hace 4 años que Alberta cultiva, fuma, cocina, toma y se baña con marihuana. Dejó de inyectarse un anticonvulsivo de Bayer que le arruinaba la panza y la dormía. Hoy usa los aceites, cremas y jabones que hace y cada día decide cómo y qué usar. No dejó el bastón, pero cuando quiere sale al cine, al teatro o a visitar a sus amigos. Los médicos le dicen que sus exámenes están bien y que siga haciendo lo que está haciendo. “Construí mi enfermedad. La cura también es mi responsabilidad”, cuenta a El Ciudadano.

OFICIO

Alberta nació en San Salvador de Jujuy, estudió en San Luis y terminó la carrera de Trabajo Social en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Se enamoró de un rosarino y tuvo 3 hijos mientras daba una mano a familias sin acceso a un DNI, agua, subsidios para el boleto o se habían quedado sin lugar donde dormir. Durante décadas, donde asistió en las inundaciones del barrio Mangrullo y Nuevo Alberdi, por ejemplo, intentó separar el oficio de la vida privada. No funcionó. “Siempre fui alegre, pero vivía en medio de mucho dolor y tristeza. Estamos en una sociedad donde sos culpable o víctima y el cuerpo recibe todo. El miedo paraliza. El cannabis me permitió revistar los mandatos duros de qué debía hacer y qué no. No quería repetir lo que les pasó a mis viejos”, confiesa.

Alberta cultiva marihuana para hacer porros, aceites en baño María, cremas y hace poco empezó una segunda tanda de jabones a base de cannabis. Hace un año entró a la Asociación Rosarina de Estudios Culturales (Arec) y sintió que se graduó después de leer libros e investigar las propiedades de cada variedad de planta y sus usos. La familia de Alberta la acompañó sin criticar. Ninguno cultiva o usa. La acompañan y ayudan a difundir sus logros.

Cada día la mujer usa lo que necesita. Si está decaída usa un aceite hecho con una variedad que energiza. Si le duele la articulación del brazo, lo masajea con una crema o el jabón que le bajó de a poco la irritación. Si la columna la tiene mal, busca a una masajista que no se horrorizó por usar aceite para aliviarle la tensión. Alberta cree en una administración responsable. “Pasé muchos años con la medicina tradicional y si seguía hoy debería estar postrada con una sonda. No tengo nada en contra ella. A mi no me funcionó. Prefiero el modelo antiguo de la medicina, donde más que imponer se acompaña”, cuenta.

Alberta no necesita usar la obra social IAPOS para pedir el aceite de cannabis que está permitido en Santa Fe y Argentina desde 2017. Se autoabastece y su aceite fue uno de los 200 testeados por la Facultad de Bioquímica y Farmacia de la UNR en 2017. “No todos los mayores tenemos la posibilidad de plantar y hacer. El Estado debe tomar una postura e impedir que los que cultivan sean perseguidos”, opina.

EN PRIMERA PERSONA

Beatriz tiene 76 años y cultiva marihuana, pero no fuma. Sólo usa las gotas del aceite casero que hace desde 2016 cuando le regalaron semillas. La mujer quería dejar de tomar los corticoides que le habían hecho una lesión permanente en el esófago. Le calmaban el reuma, otra enfermedad sin cura. El dolor en las articulaciones y la cadera empezó antes del diagnóstico y trajo microfracturas en los dedos del pie. Las noches eran cortas y las sábanas lastimaban. Con menos de un gotero de aceite por día durante tres meses volvió a dormir 6 horas sin despertar. La investigadora de la UNR y de una academia española es doctora en Historia y estudió la inmigración en el Litoral. Su familia es de médicos: Hijos, nietos y parientes políticos que primero desconfiaron del tratamiento y se rindieron ante los resultados. “Solo quería dejar de sufrir y no depender de drogas como la morfina química. Con el cannabis si me paso de dosis como mucho me quedo durmiendo unas horas más”, cuenta a este medio.

MANOS EN LA TIERRA

A Beatriz le diagnosticaron artritis reumatoidea, más conocido como reuma, cuando tenía 45 años. Durante más de 20 años tomó medicamentos tradicionales y sólo respondía a los corticoides que le daban problemas intestinales. Se operó varias veces de los pies por las fracturas. La morfina hasta la dejaba de mal humor. Tenía que tomar protectores gástricos que generan dependencia, y problemas renales y hepáticos.

En 2016 una de sus nietas le dijo que los efectos para aliviar dolores del cannabis la podían ayudar sin arruinarle la panza. Recordando la clase de primaria sobre la germinación usó semillas e hizo lugar en el jardín para 4 plantas. El agua y el sol le permitieron hacer el aceite. Reemplazó a los 2 o 3 comprimidos de morfina por día que al mes le salían mil pesos, menos los descuentos de PAMI. Su médico de cabecera de PAMI le dijo que no creía en el tratamiento, pero que no le iba a hacer mal. “La corporación médica y farmacéutica no está interesada en que dejemos lo tradicional. Les da miedo”, opina la mujer.

“La gente tiene al cannabis asociado al delito. No fumo porque no lo necesito ni lo deseo. Hay personas que necesitan las dos. El avance en usuarios con epilepsia y autismo es enorme”, cuenta.

COMPARACIONES

Según las mujeres que adoptaron la terapia con cannabis, parte de las resistencias en la sociedad se dan por la idea que la droga puede llevar a la muerte, cuando no se registran casos de sobredosis de marihuana. Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en 2014 –la última cifra oficial– hubo unas 207 mil muertes relacionadas con todas las drogas en el mundo mientras que sólo el alcohol se lleva a 7 millones de personas. El tabaco mata a 3,3 millones de personas por año, según la ONU.

CUIDADAS

Los nombres reales de las entrevistadas fueron preservados para evitar problemas con la ley. Si bien plantar y consumir marihuana sin vender no es perseguido, la práctica es perseguida por la Policía como demostró el caso de Alcides Hilbe publicado en la edición del lunes. El jubilado fue procesado en 2015 por tener 5 plantas en su casa y comercializar marihuana cuando la usaba con fines medicinales. Después de 3 años la Justicia sobreseyó al hombre al no encontrar pruebas de que vendía.

CADA DÍA MÁS CULTIVADORES

En diálogo con El Ciudadano la psiquiatra Celeste Romero opinó que hay cada vez más personas abocándose al uso de cannabis como terapia complementaria. “Cada vez hay más cultivadores. Es importante seguir los test de aceites (por los que realiza la UNR) para asegurar el tratamiento. Como un cambio cultural en la gente, también lo tiene la comunidad médica”, dijo. La profesional es coordinadora de investigaciòn de la asociaciòn Centro de Estudios de Cultura Cannabica y trabajar con aceite porque notó un agotamiento de la terapia tradicional. “En casos de autismo los resultados son muy buenos. Hay enfermedades que no tienen tratamiento específicos y el cannabis sirve como paliativo. Lo probado es contra la epilepsia. Hay un efecto que se agrega al del aceite que es para el entorno familiar poder participar de la restitución de salud. Es calidad de vida”, dijo Romero.

“El aceite no tiene una dosis letal. Es muy segura. Es necesario tener control de calidad de los productos y necestiamos que todas las universidades se pongan a trabajar en el mismo sentido”, concluyó.