Barba-Azul
Por Ana Guillot*

“─Aquí tienes ─le dijo─ las llaves de los dos grandes desvanes, aquí las de la vajilla de oro y plata para las fechas señaladas, aquí las de los cofres donde guardo mis joyas y aquí la llave maestra de todas las demás estancias. En cuanto a esta llavecita, corresponde a la puerta de un gabinete que hay al final de la galería de mi habitación; puedes abrirlo todo, andar por todas partes, pero te prohíbo entrar en este gabinete; y te lo prohíbo tan terminantemente que si se te ocurre abrirlo nada en el mundo podrá ponerte a salvo de mi cólera-. Ella prometió obedecer fielmente cuanto acababa de serle ordenado; y él, después de darle un beso, montó en su carroza y emprendió el viaje.”

Así describe Charles Perrault el momento extremo en el que Barba Azul le prohíbe a su esposa usar una llave en particular… la que abre su gabinete; supuestamente su espacio más privado. De todos los cuentos maravillosos que releí y analicé, este es uno de los que más me inquieta. En primer lugar por esa prohibición que conlleva una amenaza. Creo que estaremos de acuerdo en que nadie debe violar (y uso la palabra con sentido pleno) la intimidad del otro. Por lo tanto, siempre habrá un lugar al que no accederemos; se trate de pareja, hijos, nietos, amigos, etc. (felizmente para todos, aún y en especial, para nosotros mismos). Pero acá hay otra cosa: acá resalta el límite, la proscripción. Y avanzar supone peligro. Descarto de cuajo la violencia. La rechazo absolutamente, se trate del género que se trate (e incluyo a las guerras). No queremos barbas azules, ni maléficas, ni nadie que ejecute ni avale tamaño disparate (físico, verbal… el que sea).

Por eso me gusta pensar en esta historia (que recopila Perrault, pero que pertenece a la tradición oral) casi como su opuesto. Porque comienza con una prohibición que, justamente por ese límite, parece estar, en realidad, invitándonos a transgredirla y, con ello, a revisar mandatos. No a invadir el terreno ajeno; pero sí a cuestionar el propio para pararnos en donde realmente queremos estar. Es que todos estos cuentos remiten a una segunda y tercera lectura, mucho más profunda (rica, expansiva) de lo que a simple vista parece. Todos dicen “algo más” y ahí está el secreto de su perdurabilidad.

Centremos la mirada entonces: desde pequeños nos han dicho no a esto y a aquello, sí a lo demás… esto es así y no de otro modo… y tantos etcéteras como cada uno de ustedes quiera agregar. Escucho a Serrat: “niño, deja ya de joder con la pelota…” y lo que sigue (con la ironía fina del Nano) y ya no dudo: crecer y avanzar en el proceso de individuación supone ser capaces de encarar un interrogatorio puntual y cuidadoso, una especie de auto-examen a fin de sostener lo que continúa pareciéndonos valioso pero, a su vez, a fin de desterrar (modificar, aliviar, corregir, redefinir) lo que ya no nos sirve.

La curiosidad abruma a la protagonista. Pinkola Estes** la llama “el gran depredador”… (el pica-sesos). El caso es que, taladrada por su afán de abrir, abre. ¿Y qué encuentra? Todas las anteriores mujeres de su flamante esposo, muertas. Sangre por todos lados y una visión aterradora. Obviamente, si lo analizamos linealmente, deduciremos que él es un asesino y habrá que denunciarlo… Pero centremos la mirada un poco más: todas esas mujeres, ¿no podrían ser, además y en paralelo, aquellos aspectos de la protagonista que ella misma ha dejado morir? Que ha cercenado (descuartizado, mutilado, ignorado, torturado, retenido, desplazado, aniquilado, etc., etc.). Me pregunto, entonces, cuántas veces en la vida ejercemos violencia sobre nosotros mismos: ese viaje que no hicimos, ese sueño sin cumplir, esa profesión que nunca llegamos a tener, eso (lo que sea) que nos hubiera hecho más plenos y felices si no fuera por nuestros miedos, manías, tabúes, egoísmos, dependencias. Todos queremos zarpar pero ¿quién se anima a subirse al bote así nomás?, ¿quién es capaz de abordar ese territorio que, al menos al comienzo, se muestra inmenso, caótico y, sobre todo, desconocido?

Es que una vez que hemos abierto, ya no será posible retroceder: habrá que revisar, animarse a replantear, adoptar nuevos puntos de vista o reforzar aquellos en los que sí nos sentimos confortables. Abrir la puerta prohibida puede intimidar, pero hay que hacerlo. Sólo habiendo ido hondo podremos encontrarnos con la Bestia*** y besarla hasta que se convierta en príncipe. Y no en ese príncipe medio tonto ni ideal del que nos han venido hablando a veces, sino del que habita en nosotros (ánimus lo llamaría Jung) y nos hace reinar en nuestro castillo interior, que no es otra cosa (ni más ni menos) que adueñarnos de nosotros mismos. Nada fácil ni sencillo: trabajo gigantesco y cotidiano. Y equivocación, y vuelta a empezar.

Ulises**** tarda muchos años en volver a Ítaca… pero estas ya son otras historias (y pueden quedar para otro día). Por hoy, llave en mano y gracias a Barba Azul, los invito a bucear en ustedes mismos, a descubrirse. Y especialmente a redimir (salvar, reivindicar, asumir y disfrutar) a todas esas ellas (o ellos) que hemos ido dejando en el camino. Entonces no habrá madrastra que nos obligue a cortarnos los dedos del pie para que entre el zapatito, ni padre que mutile nuestras manos, ni bruja que nos incite a beber su pócima. “Y todo a pulmón…”, escucho a Lerner ahora… Y sí, a pulmón; y con mucho coraje.

*Es autora, entre otros, de Buscando el final feliz (hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos), libro en el que se basa este artículo. Buenos Aires, Ed. Del Nuevo Extremo, 2014.
**Pinkola Estés, Clarissa. Mujeres que corren con lobos. Ediciones B, Barcelona, 2002.
***Leprince de Beaumont, Marie. La Bella y la Bestia.
****Homero. La Odisea.