Por Esteban Rodríguez Alzueta*

Una de las novedosas rutinas de las policías en la provincia de Buenos Aires es la “bajada de bondi”. Son operativos que realizan conjuntamente, desde el año pasado, miembros de la Policía Bonaerense y la Policía Local y que, en algunos casos, cuentan con el acompañamiento del cuerpo de tránsito de cada Municipio. No son procedimientos novedosos, son prácticas que llegaron al conurbano de la mano de Gendarmería: uno de los controles de rigor en los puntos fronterizos es la detención del transporte público para la identificación de los pasajeros y la requisa de su equipaje. Cuando los gendarmes fueron emplazados en el área metropolitana de la mano del Operativo Centinela, una de las prácticas que reprodujeron fue la revisación de los documentos de las personas que se desplazaban en el transporte público. No los bajaban del transporte y tampoco solían revisar sus pertenencias, se limitaban a constatar la documentación.

Se parecen a las razzias porque se trata de operativos que involucran a un importante número de efectivos en las tareas de control. Pero se diferencian de ellas porque, en principio, no buscan trasladar a la comisaría a las personas que no tienen documentos, sino hacer “controles de rutina” que, en el mejor de los casos –como señala el investigador Jeremías Zapata-, buscan “mejicanear” a los pibes.  

La “bajada de bondi” es una práctica policial hecha con muchas prácticas. No sólo implica la disposición de retenes en las arterias que comunican la periferia con el centro o las zonas residenciales, sino la detención por averiguación de identidad, el cacheo y la requisa de las pertenencias personales. Además, esas prácticas no están hechas de buenos modales sino que vienen acompañadas del típico destrato y maltrato que los jóvenes llaman “verdugueo”. Difícilmente sus destinatarios pueden cuestionar el procedimiento porque correrán el riesgo de ser objeto de provocaciones, amenazas, risas, burlas, insultos, gritos que pueden terminar en detención y traslado a la comisaría con una causa por “resistencia a la autoridad”.

Las víctimas de la “bajada de bondi” son siempre las mismas personas. La policía nunca se equivoca y trabaja siempre con su “clientela” favorita compuesta de jóvenes o mejor dicho por determinados jóvenes. Ellos saben que tienen más chances de ser demorados que los adultos. Y saben que si son morochos, viven en barrios pobres y visten ropa deportiva o usan gorrita tienen todos los números para ser blanco del olfato policial.

La medida llega en vísperas de la coyuntura electoral. Cambiemos sigue haciendo política a través de la desgracia ajena. Hace una semana un chofer de micros murió al quedar en el medio de un enfrentamiento. Los robos en los micros ya no son eventos regulares como antes, cuando el chofer cobraba los boletos, pero los asesinatos de estos nunca lo fueron. Los casos extraordinarios luego se generalizan a partir del tratamiento sensacionalista que le dan algunos medios televisivos. Estas coberturas, lejos de constituir un obstáculo para la actual gestión, constituyen un punto de apoyo para reforzar la saturación policial y llenar de tareas a una policía (la Local), que permanece ociosa, dando vueltas por las calles de la ciudad y sin funciones definidas.

Una política de seguridad de carácter preventivo y ambiental, muy discrecional, que le agrega más presión, malhumor y bronca a los jóvenes que hace rato son los destinatarios del hostigamiento policial.

 

*Investigador de la UNQ. Director del Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre violencias urbanas. Integrante del CIAJ. Autor de Temor y Control y La máquina de la inseguridad.