El periodista  mexicano David Espino nos regala un fragmento de su libro Acapulco Dealer..Son doce relatos sobre cómo la violencia golpeó la vida cotidiana, y la manera de concebir la vida y la muerte, en medio de una guerra de cárteles del narco para dominar el territorio mexicano más conocido del mundo.

Preludio de muerte

San Luis la Lomavive una calma de toque de queda. Está desértico. Apenas un hombre se mira cruzar la calle como si fuera un fantasma. Se le pregunta por la comisaría y responde escueto, hosco: “está antes de llegar al puente”. Luego, sobre la casa donde un día antes un comando ejecutó a la esposa y a las hijas del conocido narcotraficante Rubén, El Nene, Granados Vargas, la pregunta obligada. Pero a ésta no responde. “Hay que cuidar la vida”, esgrime.

El temor es real. Conforme se adentra al caserío de adobe y teja de la parte baja de este pueblo de Guerrero, el aire se hace más pétreo y las miradillas se asoman vigilantes por entre las hendiduras de las puertas cerradas, raro en otras condiciones en una población dela Costa Grande, donde no sólo las altas temperaturas sino el calor humano las mantiene durante todo el día abiertas de par en par. En cualquier otro día, en cualquier otra circunstancia, en un día normal pues, se oyeran los gritos de niños y mujeres caminando descalzos en el cemento crepitante, mientras los varones se hacen de la sombra en sus hamacas colgadas en los corredores o en sus mecedoras bajo los bondadosos almendros.

Hoy no. Incluso en la iglesia de aspecto rupestre tres mujeres y un hombre acomodan unas imágenes sin decir palabras. Parecen mudos. Como los santos que acicalan. Todo es silencio, el mismo silencio ensordecedor que reina allá fuera como reina, imbatible, el sol ardiente. Mueven escaleras para reacomodar a los ídolos petrificados sin hacer el mínimo ruido con las bancas donde los parroquianos rezan cada domingo. De hacerlo así, el eco, ese eco que se apropia de todos los resquicios de las iglesias, se encargaría de amplificarlo hasta crear un estruendo que se oiría en todo el poblado.

Nada más imprudente para el trabajo que hacen: en realidad, preparan el santuario para la misa de cuerpo presente de los muertos sumarios de un día antes: Judith Ávila Ureña, Sonia Ávila Ureña, Yaneli Granados Ávila y Oralia Granados Ávila. Las hijas, la esposa y cuñada de uno de los más respetados narcotraficantes de esta zona de Guerrero y todo el estado. Su fama incluso se conoce en Michoacán y el estado de México. Y ahora, el animal está herido.

Aun así el poblado sigue su curso económico, como sigue su torrente el agua en el río que está a un par de kilómetros de distancia. De hecho, los únicos ruidos que se escuchan son los del mercadito improvisado en dos calles a la entrada del pueblo, dividido a su vez por la carretera federal. El San Luisla Lomaalto y el de abajo. No podría haber otra separación más literal. Y si hubo algún escándalo, éste fue el de los mismos comerciantes cuando corrieron con sombreros y periódicos en mano a auxiliar con ventilaciones y remedios a un compañero que se les desmayó debido a su diabetes. Pero nada. No pasó a mayores el incidente.

San Luisla Lomaes famosa en el estado por sus grandes cultivos de mariguana y amapola en sus sierras agrestes. Difícil que el Ejército entre, no tanto por lo indómito de sus veredas como porque en esas tierras mandan los capos y su gente. La población de a pie lo sabe. Conoce las historias y a sus protagonistas como los lunares de su cara, pero los ven como protectores. Han cubierto el vacío que el Estado dejó de llenar durante décadas en estos pueblos de olvido. Han dado trabajo y servicios a su gente, han pavimentado las calles y las canchas donde los jóvenes juegan basquetbol, el deporte favorito de todos. Grandes y chicos lo practican para ser seleccionados. No hay ningún otro honor que se le parezca.

Incluso la víspera de año nuevo, cada 31 de diciembre, el sonido hueco de las kaláshnikov pareciera que sonríe. Truenan como cohetones –son los cohetones y fuegos artificiales del pueblo– cuando el tiempo se detiene un instante, brevísimo, a las 12 de la noche. Entonces la gente cuenta los martillazos a las ojivas. Se oye el tableteo como una revuelta hasta San Luis San Pedro, el pueblo vecino, el hermano gemelo aunque indeseado, bastardo, cuya separación y unión la hace el río que corre serpenteante hasta el mar como cordón umbilical. “Ese es un Cuerno de Chivo”. “Ese, un R-15”. “Esa, una súper”. “Ese, otro Cuerno”. “Y ese también”. Identifica el oído fino y experto como un paladar de catador de vinos los gemidos de las armas. El aullido de la muerte.

Sobre el talante de los hombres de San Luisla Lomahay una historia memorable. 1995, todos la saben. En un torneo municipal de basquetbol el equipo de este pueblo perdió el juego de semifinal. Perdió a pesar de las porras: ¡mariguana, cocaína y goma, mariguana, cocaína y goma… arriba San Luisla Loma! Perdió contra el equipo de Tecpan –la cabecera municipal– porque ellos dijeron que hubo un mal arbitraje. La indignación fue más allá de un juego cualquiera. Se apostó mucho, mucho dinero. La final se jugaría contra un pueblo playero, pintoresco: Tetitlán. Pero Tetitlán ganó por defauld porque los de Tecpan no se presentaron a jugar. No se presentaron porque el día de su derrota, San Luisla Lomaadvirtió que de presentarse los matarían a todos. Acá no se juega con esas advertencias. Menos si viene de los hombres de San Luisla Loma. Total, un partido de basquetbol, una copa si hubieran ganado, no vale las cinco vidas de sus jugadores.

 

Ahora pareciera que se trata de un día de asueto acá o ni siquiera que haya ocurrido una matanza un día antes, porque por ningún lado se ve un sólo policía, mucho menos una operación militar de convoyes y Hummers para dar con los sicarios que perpetraron el crimen. O para prevenir las secuelas inexorables. En cambio, miradas escrutadoras observan desde camionetas estacionadas en diferentes puntos del poblado.

Y el comisario, el comisario municipal Alberto Flores, es en realidad una autoridad representativa que no ve ni escucha nada. Una estampa que expende, si acaso, certificados de propiedad comunal. Como él mismo lo dice, para evitar problemas. Es más, aunque es vecino de El Nene, asegura que el día de la matanza no oyó nada, y ni se hubiera dado por enterado de no ser porque unos niños que se dirigían a la escuela le avisaron. Lástima que tuvo que salir a otro asunto, así que las diligencias las hizo el Ministerio Público y los peritos hasta que llegaron de Tecpan.

En cambio las escuelas sí reanudaron actividades suspendidas un día antes. Se notó por el grupo de unas 20 adolescentes con uniforme de secundaria técnica que fueron a dejar flores a su ex compañera, la hija menor de El Nene, que yace en su féretro infantil de caoba, lujosísima la casa donde los cuerpos son velados por mujeres, niños y muchachitas blanquísimas y de ojos zarcos. Contrasta su fragilidad con el indeterminado número de hombres armados que dentro y fuera de la casa en luto, merodean y vigilan a cuanto extraño se asoma. Contrastan los cuerpos lánguidos de las adolescentes con los rifles de asalto AK-47 que resaltan en todo su esplendor. Son los reyes, los dioses. Los hay con dos cargadores a la vez, con una especie de adaptador que facilita el cambio luego que los primeros 30 cartuchos están quemados. Otros tienen cargadores tipo tambor, de 70 tiros. Es negro y redondo y se adhiere al rifle como una gran garrapata. Aun las armas con lanzagranadas integradas o mira telescópica, Dragunov, se cargan al hombro con la naturalidad de cagar alguna herramienta agrícola. Son muchas, variadas y sin duda potentes. Propias del momento.

Los corridos norteños conforman mejor el cuadro. Pareciera una película de los mejores tiempos de Mario Almada, el actor mexicano que hizo innumerables filmes de narcos contra policías, de policías contra narcos. De buenos contra malos, maniqueas las cintas, no así la vida. Es una película, revolotea la idea en la cabeza para controlar el miedo. Un miedo verdadero. Pleno. De los pies a la cabeza. De la médula hasta los vellos mientras un hombre con un AK-47 terciado interroga sobre lo que se desea.

–¡Reportar qué! –dice hosco, sin mostrar concesiones.

–Reportear –se le aclara y luego de la identificación permite el paso hacia un estacionamiento de suelo bruto donde está la mayoría de la gente apoyando a los dolientes. Pero hasta allí, no hasta el primer circulo, no hasta donde está la familia cercana. Eso sería más tarde. Quizá.

Pasan cinco minutos, acaso 10 –que sin embargo se hacen eternos– y una botella de agua ofrecida casi a regañadientes después de rechazar una cerveza. Llega el comisario y un respiro. Enseguida entra El Nene. No hay necesidad de que lo señalen para identificarlo. Su personalidad es dura, y su vestimenta toda le resalta un garbo natural. Chaleco antibalas, jeans azules que se cambia un par de veces mientras se permanece en el lugar. Botas pero no vaqueras, más bien tipo militar. Sucísimas, con monte y lodo como de cazador furtivo. Carrilleras terciadas junto a su kaláshnikov. Él es. Y sin embargo es afable. Habla con una voz rasposa, pastosa a veces, pero tranquila. Se le advierte turbado. Jadea como toro cuando pregunta cómo se ve la situación y no se atina más que a decir que muy cabrona.

–Yo no quiero esta guerra –masculla–; pero niños y mujeres no se vale.

La madrugada anterior un convoy de hombres armados llegó tumbando puertas a su casa. Él estaba en la sierra. Sus hijos, su esposa y su cuñada no terminaron de despertar cuando ya los estaban fusilando. Los Cuernos de Chivo destrozaron los cuerpos. Era el cobro de las vidas de la familia de otro narco de la región, Rogaciano Alba Álvarez, asesinada el 3 de mayo de 2008, tres meses antes en Petatlán, muy cerca de allí e imputada a la célula de El Nene y a él que la comanda. Ese mismo día en Iguala también fueron contra Rogaciano Alba Álvarez pero fallaron. En su lugar, siete ganaderos fueron ejecutados. Ambos casos representaron en ellos, entre El Nene y Rogaciano, en sus casas, en su pellejo, una reducida batalla entre el cártel de los Beltrán Leyva y el cártel de Sinaloa de Joaquín, El Chapo, Guzmán Loaera trasladada a Guerrero, en pugna los litorales para el trasiego y transporte de droga.

–¿Usted sabe quién fue?

–Sí, sabemos bien –asegura, pero no dice nombres y en un primer momento no se le insiste.

A menudo se le acercan hombres para mantenerlo al tanto de todo. Viejo, le llaman. Aunque por el tono pareciera un cariño: Viejo, ya no hay tequila. Viejo, se necesita comprar refrescos… Viejo esto, viejo aquello, y él reparte billetes de mil pesos como si fueran de 20.

–Aquí estoy. Quien me quiera a mí que me diga, y como hombres nos arreglamos. Pero no se hubieran metido con mi familia –dice.

Un par de muchachitos, 17 años acaso, se le acercan para hacerle peticiones. Los adolescentes llaman la atención por los relojes de oro que portan y las grandes medallas que cuelgan de sus pechos con incrustaciones de pedrería, acabado parecido al de las cachas que asoman indiscretas por entre los cinturones de la mayoría de los varones que con sus Cuernos de Chivo entran y salen a toda prisa del estacionamiento mientras otros hablan por radio o dan instrucciones por celular.

–¡Ponle cola. Ponle cola! –ordenan cuando el interlocutor del radio les indica que han visto un convoy de camionetas. El calor no es tan denso como el ambiente. Nerviosismo y sobresalto se mezclan. El corazón bombea adrenalina. Todos temen, intuyen que esta pudiera ser la oportunidad que buscan sus contrarios para acorralarlos y librar el último de los combates.

El Nene atiende a los chicos, cuyas AK-47 al hombro casi arrastran con el suelo. Luego continúa: “aquí los vamos a esperar. Riéndome me rajo la madre con ellos. Como hombres, me la pelan”, dice con aspavientos a la pregunta de que si no temen que regresen y acaricia el cañón de su rifle. Lo calma. Como si éste tuviera vida y se fuera a salir de pronto de control.

–Qué le paren. Qué le paren. Yo no quiero esto. Ellos también tienen hijos y mujeres y nosotros nunca nos hemos metido con ellos.

–Oiga, ya se dicen muchas cosas de usted y de los motivos por los cuales ocurrieron los hechos –se le inquiere.

Se le nota cansado. El sudor de su frente se confunde con sus lágrimas. Se toma de dos tragos su cerveza en lata. La aplasta con un apretón de mano. Sacude su nariz. Suspira. Pide otra Modelo que al momento le traen. “No todo es cierto. Algunas cosas sí, otras no”, responde parco. Luego interviene otro hombre mucho más joven –su hermano Salvador después se sabe. “Fue Rogaciano –dice a bocajarro–. Él cree que nosotros matamos a su familia pero está equivocado. Rogaciano no cumplió en un negocio con otras gentes. Ellos tomaron represalias. Él sabe bien quién fue”.

–¿Y ustedes saben de quiénes se trata?

–Sí, nosotros también sabemos –afirma, pero no da detalles y tampoco se le insiste.

–¿Entonces por qué el ataque?

–Porque quiere pleitesía; y no nos vamos a hincar ante ningún cacique.

El Nene asienta con la cabeza y luego se incorpora para atender a la gente que se acerca a saludarlo. Vienen muchos, efusivos, de todas las edades, de todas las condiciones sociales. Su hermano se queda por completo en la platica. “Los pistoleros llegaron cuando no había ni un hombre mayor en la casa, irrumpieron e hicieron la matazón. Mira, así como esa niña –señala con el índice a una niña de unos ocho años de palidez fosforescente y de pelo rubio que platica sin pena en el patio–, así estaba la más chiquita de mis sobrinas, así de flaquita. No se vale. La de 12 años pues a lo mejor ya le tocaba, pero a la niña no”. La de 12 es la misma a la que fueron a dejarle flores sus compañeras de secundaria.

Y cuenta algo que no se sabía. En realidad el día del atentado había cinco moradores en la casa: su cuñada y la hermana de ésta y sus tres sobrinos, pero sólo mataron a cuatro, porque el niño de 14 años se quedó atrás de la puerta con un rifle AK-47 en la mano, esperando a ver si lo descubrían. No fue así. En cambio, escuchó todo, aunque no alcanzó a verlo con claridad.

–Seguro debe estar espantado.

–No, es duro como su padre –repone.

–¿Aquí anda? ¿Pudiéramos conocerlo?

–No. Él no va a querer hablar.

Es medio día. A la 1:30 el cura llegaría para la misa de cuerpo presente que culminará en la iglesia acicalada. Una ceremonia íntima. Sólo la familia. Se escucha en las pláticas de celulares que el entierro sería a las 5:00. Se confirma. Sí, a las 5 de la tarde. El comisario intercede para entrar al área de los féretros de finísimo acabado. Antes, hacen salir a varias mujeres. El luto contrasta con su piel. Negro y blanco, blanquísimo. Una mirada aceitunada se escapa de reojo. La casa es un palacete de candelabros, maderas preciosas y pisos de mármol. Un par de fotos. Sin rostros, sin armas. No más.