aborto legal

Foto: Colectivo Pandilla Feminista

¿Cómo acontece un embarazo no deseado? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Dos testimonios en las sesiones por el debate de la despenalización del aborto surgieron en una charla con la editora de Cosecha Roja, Natalia Arenas: el de Carolina, de Santa Fe, 29 años, que cuenta sus experiencias tras abortar con pastillas dos embarazos en su adolescencia y el de Lorena Fernández, 31 años, de Villa 31 (que en la lista de oradorxs circulante figuraba como “referente villa”).

Carolina se ubica en sus quince años con un atraso y tres pastillas traídas por su novio de aquel momento, del cual no tenemos más datos: no sabemos si era adulto o un adolescente como ella, si tenían una relación estable o no, si se cuidaban o no. En su testimonio da cuenta de una escena bastante violenta: vómitos, hemorragias, “pedazos de carne” y hasta “un corazoncito”.  Prosigue ubicando al poco tiempo otro atraso: esta vez su novio se presentifica en la escena como testigo y quiere ver cómo ingiere las pastillas nuevamente conseguidas por él. Ella dice que tomó solo una, y que perdió mucha sangre. Que no pudo contarlo. Y que luego “gracias a Dios” fue a dos retiros espirituales. Que ahí pudo comenzar a hablar. Que cuando en la calle ve un nene (así lo dice: “un nene”) de 13 o 14 años podría ser su hijo. Y que tuvo “síndrome post-aborto” hasta que en los retiros la ayudaron a sanar.

Es decir: al final, Carolina ubica que sus dos “atrasos” fueron dos abortos. No sabemos cómo acontecieron: si porque fallaron los métodos anticonceptivos o porque no los usaron.  Sí es cierto que ella se ubica entre la sangre, los restos del cuerpo despedidos y el “corazoncito”, y a su pareja la ubica como un victimario: no queda claro en su testimonio porque él necesitó la segunda vez que ella tome las pastillas delante de su atenta mirada. Ante la deshumanización del “testigo”, encontró asilo en Dios. Y anda cargando la cruz: es difícil caminar por la calle e imaginar en cada adolescente de 13/14 años los  hijos que no tuvo.

Respetamos tu testimonio, Carolina: por eso pedimos “Educación Sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. No es una cuestión de fe, ni de obligación: la campaña que llevamos adelante hace algunos años –ya en los años 80´s hubo una marcha en favor de que se pudieran practicar abortos en hospitales públicos y en condiciones sanitarias dignas- no se regodea en el aborto como práctica sin consecuencias emocionales, psíquicas, afectivas, biológicas. No lo tomamos como un paseo al shopping. Un embarazo no deseado significa tal cual eso: no lo buscamos. Porque no tuvimos acceso a una información clara y directa, porque no tuvimos acceso a métodos anticonceptivos gratuitos y seguros, porque no nos educaron para vivir una sexualidad libre y responsable. En los años 80´s, cuando vos no habías nacido aún, hubo un importante grupo de chicas que abortamos clandestinamente –algunas en mejores condiciones, otras en condiciones horrendas- porque: el preservativo no era protagónico –no se lo asociaba a prevención de Enfermedades de Transmisión Sexual, el HIV/SIDA era algo que no sabíamos que sucedía, y durante varios años se asoció a la comunidad homosexual- y cuando no queríamos tomar pastillas anticonceptivas no nos permitían ponernos un DIU: solo se “aconsejaba” en mujeres que ya habían tenido algún hijo y de cierta edad. El método anticonceptivo por excelencia en los 80´s para jovencitas era el diafragma: algo así como un honguito de látex que debías colocártelo con una crema antes de tener relaciones sexuales y luego dejarlo unas diez horas antes de retirarlo de tu vagina, lavarlo y guardarlo en una cajita de plástico donde encajaba perfecto. Lo que no se nos explicaba era que podía pincharse. Entonces miles de chicas muy jovencitas nos enterábamos del embarazo porque no nos venía la menstruación y teníamos que hacernos un análisis de sangre –no existían los tests de embarazo caseros- y enfrentarnos a una realidad que no habíamos buscado, que habíamos responsablemente evitado, pero que había sucedido.

El calvario en este caso no tenía tanto que ver con hablarlo sino con juntar el dinero, porque el aborto clandestino no sólo era horrendo por las condiciones en que se hacía sino que era carísimo. Y claramente nuestras familias no se enteraban, sino la red de amigxs que tuviéramos, que era tan pobre como nosotras. Sin embargo lo llevábamos a cabo, en condiciones te diría horribles: había que concurrir y volverse sola, tomar antibióticos para prevenir infecciones, y no podíamos llamar a nadie. Si la cosa salía mal te morías o terminabas con causa judicial por asistir a un centro de salud público: era un delito.

Aún lo es.

En mi caso y en los de varias de mis amigas no éramos pobres: ya estábamos en la Universidad, trabajábamos en oficinas o en lo que pudiéramos, teníamos proyecto de vida. El embarazo a edad temprana no se asociaba con el deseo de formar una familia, sino que estábamos enamoradas o calientes y acostarse con alguien estaba bien. Otras chicas la pasaban mucho peor, los métodos caseros eran insertarse un cabito de perejil o una aguja de tejer para detener un embarazo no deseado.

Un embarazo no deseado no es un hijo, y sin embargo los meses posteriores lo pasábamos mal, aún sabiendo que habíamos tomado una decisión saludable: para nosotras y para esos embarazos no deseados.  Porque siempre había alguna amiga que no había tenido la posibilidad de abortar y ser madre niña/adolescente o joven tiene sus consecuencias: no es la propaganda de la familia feliz.

Por eso quizá no caminamos por la calle mirando jóvenes que pudieran ser nuestros hijxs: porque no fueron pensados ni deseados como tales. Fueron embarazos no deseados.

No sé si hay alguna estadística al respecto, pero es enorme la cantidad de mujeres que apoyamos el aborto legal y somos madres. No somos asesinas, ni genocidas, ni nos da lo mismo. Abortar, insisto, no es ir de shopping.

Lo que no puede quedar es asociado el embarazo no deseado al “castigo” por ejercer la sexualidad.

Por eso, Carolina, respeto tu testimonio pero creo que en tu caso deberías haber profundizado un poco más en qué tipo de relación sostenías con una pareja que te “obligaba” a tomar pastillas, te fiscalizaba, no se conmovía ante tus hemorragias ni pedazos de cuerpo despedidos. Eso se enmarca en una relación de poder, de violencia y de sometimiento.

Nada más lejos de nuestro pedido, que tiene que ver con decidir libremente sobre nuestro cuerpo, sobre nuestros momentos, sobre nuestro deseo y sobre nuestro derecho a ejercer la sexualidad como querramos.

Por eso te repito la consigna: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Y paso al testimonio de la “referente villa ” (inscripta así en la planilla de oradorxs) Lorena Fernández.

No me es ajeno tu discurso, de una violencia sin sustento: decir que las chicas de “13/14 años no piensan con la cabeza sino con la bombacha” o que “son unas trolas las que abortan: se fueron a garchar y no pensaron cuando el hijo iba a venir por un momento de calentura” es estigmatizar y ubicar a las adolescentes y  mujeres como objetos carente de intelecto. Son calentonas, no piensan, solo les importa “garchar”.

Cuando en Cosecha Roja trabajamos más de un año en la serie de Violencia Obstétrica dimos cuenta de estos discursos letales: “Cuando te abrías de piernas no te dolía” era una frase repetida en obstetricia. Y dimos cuenta que esos discursos provenían de los mismos sectores sociales que maltrataban a como de lugar a adolescentes y jóvenes que iban a parir en general sin ningún control ni conciencia de qué significa la maternidad: enfermeras y administrativas del sistema de salud solían vivir en los mismos barrios, conocer a las jovencitas, y ser feroces con ellas.

La violencia en la voz de las mujeres suena más fuerte.  Golpea. Paraliza. Abusa del poder.

El aborto no tiene que ver con la calentura, sino con la desinformación y la inaccesibilidad a métodos de anticoncepción seguros.  Tampoco con que muchas mujeres hayan encontrado en la maternidad adolescente o joven un proyecto de vida que les haya permitido superarse. Porque es hora de decirlo con todas las letras: no propiciamos ni pedimos el aborto obligatorio.

Lo que pedimos, gritamos y exigimos es que –ante una realidad instalada de muchos años- se nos iguale y garanticen condiciones de salud, acceso y derechos para una práctica que hoy día nos mata, nos criminaliza, nos estigmatiza.

Un derecho no obliga: un derecho abriga.

No son sólo las niñas, adolescentes y jóvenes en situación de extrema vulnerabilidad que abortan.

La diferencia es cuántos cuerpos no pagan tan alto el precio.