Colombia 10 años búsqueda cuerpo hijo

El próximo 16 de enero se cumplirán 10 años desde que Doris Tejada tuvo un sueño que hubiera deseado no tener nunca. Una pesadilla, en realidad. O mejor, una alarma: en ella veía a su hijo ensangrentado, malherido, abandonado a su suerte en un potrero, mientras ella derramaba lágrimas a raudales. Ese 16 de enero de 2008, cuando dormía en la finca que entonces tenía en la vereda Pekín Alto de Fusagasugá (Cundinamarca) con su esposo, Darío Morales, Doris se despertó asustada, con escalofríos y náuseas.

—Sentí que algo se me desprendía de mi barriga. Lo sentí todo muy real. Claro, era que la vida se le estaba escapando a él.

Se refiere a su hijo, Óscar Alexánder Morales Tejada, a quien hasta ahora no ha podido enterrar. Al tiempo que Doris Tejada lo veía en sus pesadillas, él, a más de mil kilómetros de distancia, moría en un escenario que luego el batallón La Popa del Ejército registró como un combate. La misma suerte corrieron otros dos hombres, Octavio Bilbao y Germán Leal Pérez. Lo único que tenían en común era que estaban en Cúcuta por la misma época. Leal, porque allí vivía, y Bilbao, porque había viajado a visitar a un hermano.

—Mis cuatro hijos varones prestaron servicio militar, incluido Óscar Alexánder, por recomendación mía. Él estuvo dos años en la Escuela de Caballería, se la pasó patrullando en el Sumapaz, le sirvió a la patria. El Ejército sabía lo que hacía como autoridad que es. Tantos militares que se olvidaron de Dios y resultaron al servicio del inicuo—, dice Darío Morales, quien cuenta cómo internarse en la Biblia lo ha ayudado a no naufragar.

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Doris Tejada es la única madre de Soacha que no vivía en Soacha para el momento en que su hijo se volvió una cifra más entre los miles de casos de ejecuciones extrajudiciales, los cuales, como ya ha concluido la Fiscalía y han documentado estudios académicos, se multiplicaron de 2002 a 2010. Es decir, en la época que la Política de Seguridad Democrática del presidente Álvaro Uribe regía en el país.

—Nos pedían litros de sangre—, han declarado militares de la época involucrados en ejecuciones extrajudiciales.

—La verdad es que muchas unidades se excedieron en el empleo de la fuerza—, declaró hace más de tres años el condenado coronel (r) Róbinson González del Río, matizando con sus palabras las 46 víctimas que ya forman parte de su prontuario.

—A los comandantes de los batallones se les pedían resultados operacionales. Jamás se habló de bajas—, ha señalado la defensa del excomandante del Ejército que renunció cuando el escándalo de las ejecuciones extrajudiciales estalló en 2008, el general (r) Mario Montoya.

Ella se unió a las Madres de Soacha en julio de 2011, un mes después de haberse enterado de que su hijo era para la Fiscalía un serial, un muerto reportado como «baja en combate» en un pueblo lejano de Fusagasugá: El Copey, Cesar. Cuando dos funcionarias del CTI le confirmaron el destino que había padecido su hijo, tomó dos decisiones: hacerse un tatuaje de él en su brazo derecho, para llevarlo siempre presente de manera explícita, y unirse a la lucha de las Madres de Soacha, para traer el cuerpo de su hijo de regreso y darle cristiana sepultura.

Doris Tejada es la única madre de Soacha que, hasta la fecha, no ha recibido los restos de su hijo.

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La última vez que Darío Morales y Doris Tejada hablaron con el quinto de sus seis hijos fue el 1° de enero de 2008. Ese día los llamó desde Cúcuta, a donde había ido a ver a su hermano y a vender ropa que había comprado en Medellín. Les dijo que estaba triste porque era la primera vez, descontando los años nuevos que pasó en el Ejército, que no estaba con ellos en esa fecha. Ellos trataron de animarlo y después de una larga conversación, colgaron con la promesa de que él volvería a llamarlos entre el 3 y el 4 de enero.

—Por eso sé que a Óscar Alexánder se lo debieron llevar los primeritos días del año —dice su padre—. Porque él no llamó. Pero nunca se me pasó por la cabeza que estuviera muerto, ni siquiera con el sueño de Doris. Pudo más la confianza de pensarlo vivo, pensaba que de pronto estaba en Venezuela y que aparecería en cualquier momento.

Pasaron 2008, 2009, 2010 y no tuvieron noticias de Óscar Alexánder. En cada puerta que tocaban les contestaban con silencio. Hasta que el 11 de junio de 2011, Doris Tejada, envalentonada y desesperada, llegó al CTI de Fusagasugá a exigir respuestas. Dos días más tarde las obtuvo. Salió mareada de esa oficina que halló gris, se cayó, se partió la mano. Y enyesada vio en un noticiero a las madres de Soacha recuperando a sus hijos de fosas comunes, a quienes empacaban en bolsas de polietileno y enviaban a casa.

A partir de ese momento Darío Morales y Doris Tejada se fijaron el propósito de recuperar los restos de su hijo. Vendieron su finca para tener con qué pagar el ataúd y el envío. Con ayuda de organizaciones hicieron una especie de peregrinación a El Copey en noviembre de 2014, pero el baño de realidad resultó más duro de lo que esperaban, recuerda Doris.

—Cuando vi el potrero donde lo metieron, donde enterraron 60 cuerpos, me puse terrible, perdí la noción del tiempo y de quienes nos acompañaban. Le cantamos la canción Duerme Negrito, de Mercedes Sosa, rezamos oraciones. Al otro día sembramos tres árboles por cada uno de los tres muchachos.

—Después de eso, un día viajamos a Cúcuta a hablar con la familia de Germán Leal. Supimos que él salió en busca de un trabajo, dijo que ya volvía, dejó la comida servida en la mesa—, recuerda Darío.

—¿Que por qué no nos han entregado a nuestro hijo? Eso mismo es lo que me pregunto yo. El caso estuvo mucho tiempo en la justicia penal militar. Logramos que pasara a la ordinaria, pero la Fiscalía tampoco nos da ninguna razón. Hay cinco militares investigados y ni siquiera se ha hecho la primera audiencia.

—Esto es un calvario, una tortura china hora tras hora.

—Es morir todos los días, es sentir la peor de las impotencias.

—De pronto ellos esperan que uno decline. Pero ni mi esposa ni yo vamos a hacerlo.

—Uno sabe que los hijos son prestados —cierra Doris—, pero nunca imaginé ir a despedir a un hijo así. Todavía no lo dejo ir, no sin tener justicia ni verdad.

*La publicación de este artículo es en el marco de la Beca Cosecha Roja. También se encuentra en El Espectador.